¡A la final!
Gracias a los 32 puntos de ese genio irrepetible, talento puro para el baloncesto, que es Juan Carlos Navarro y también a los 17 puntos y 22 rebotes, que se dice pronto, de otro genio irrpetible, también talento puro para el baloncesto, que es Pau Gasol pero... respeto total y absoluto para Macedonia.
Un equipo con un ilimitado talento limitado (McCalebb, Antic, Ilevski), pero explotado al máximo y secundado por el esfuerzo de tremendos luchadores de las montañas balcánicas (brutales Samarszisky y Chekovsky) que se han batido el cobre hasta la última sangre como auténtico boxeadores irlandeses en blanco y negro de la Costa Este de los Estados Unidos
Un equipo que me ha emocionado porque me ha recordado a la España de hace veinte años, cuando sólo teníamos cuatro jugadores y medio (porque Fernando Romay casi nunca terminaba los partidos) y de cuando en cuando asomábamos a las finales, con esa misma formula de talento y coraje.
Lo dicho. Respeto total para una Macedonia que peleó con talento y coraje que nosotros en otros momentos tuvimos hasta el último hombre y casi hasta el final.
Y hasta cierto punto ha sido como si aquella España milagrosa y ésta intratable España se enfrentaran en un imposible duelo más allá del tiempo y los Corbalan, Epi o Fernando Martín, puros space cowboys, vendieran muy cara su derrota antes estos chavales que ya no lo son tanto.
Puro auto sacramental en que se materializaba antes mis ojos (alucinados por supuesto) toda la historia del baloncesto español sobre ese mismo brillante y pulido parquet.
Me gusta el deporte porque me emociona, lo del ejercicio físico siempre fue secundario.
¡Gracias Macedonia!
Como dicen los viejos y extintos samurais: no hay victoria que merezca la pena si no hay la derrota de un gran rival de por medio.
Porque sólo un cualquiera puede vencer a un cualquiera.