Suena la luz allá afuera
y parece que eso tan inasible y escurridizo
que con desconcierto llamamos vida
estuviera sólo allí,
al otro lado del cristal
no excesivamente limpio,
remansada sobre la destellante
hojarasca verde y ocre de los árboles,
convertida en fulgor líquido
enseguida borrado
por una nueva ráfaga de viento.