VIVAN LOS NOVIOS
Juan Pozas, un empleado de banca burgalés, llega a una localidad del litoral mediterráneo español para casarse.
Acompañado de su madre, Pozas traerá consigo toda una manera de ser que chocará de plano con la realidad mucho más desinhibida que representan los turistas que visitan el pueblo. La cosa se complicará aún más con la inesperada muerte de su madre, acontecimiento que también le pondrá en contacto con lo peor de su propio modo de vivir.
Entre esas dos realidades Pozas se convertirá en una especie de Joseph K que sufrirá en sus carnes el absurdo de una España oscura que aun destaca más en su negrura bajo la luz del sol, pero también contrastada con la tentación de todos esos cuerpos que la propia luz solar le revela.
En este sentido, el planteamiento global recuerda mucho a "El verdugo" y de algún modo el largo y final entierro parece un camino hacia el cadalso que Pozas hace de mala gana, obligado por una mecánica que inflexible ejerce su poder sobre él.
Aunque coral, como casi todas las películas de Berlanga, "Vivan los novios" gira en torno a Pozas y al efecto que tiene sobre él la revelación de una otra orilla luminosa, la de los otros cuerpos femeninos que se le muestran casi desnudos al sol y que provocan, cuando menos, un efecto desasosegador en él, haciendo cada vez más imposible el regreso a la orilla de su vida anterior.
"Vivan los novios" es la mirada de un creador a través de la lente de un género de nuestro cine desarrollista, ese cine de "suecas" en bikini que pequeños españolitos subdesarrollados interpretado por el propio López Vazquez, Martinez Soria o Landa perseguían con cuerda y piolets dispuestos a escalarlas, a poner una nueva pica en el Flandes de sus pechos.
Por debajo de esa superficie, Berlanga invoca toda la negrura de toda esa España que no da al mar y la hace emerger frente a las playas para conseguir un demoledor efecto de aguafuerte Goyesco.
Los desastres que produce la guerra de los cuerpos al sol sobre los ojos que los contemplan.
Obra maestra.