EL TURISTA ACCIDENTAL
Gustave Flaubert escribió en una de las cartas que envió a su amante Louise Colet que Madame Bovary era él.
Sintiendo la contradicción entre su vida oficial y la oculta que vivía con su amante, el sentir del genial escritor francés no podía albergar un sentimiento distinto de esa contradicción eterna entre lo arriesgado y lo prudente, la comodidad del hogar y la arriesgada persecución del taimado horizonte.
Y en este sentido, y con independencia de los aspectos estrictamente femeninos que acentúan el drama del personaje, todos somos en algún momento de nuestras vidas Madame Bovary.
En algún momento el mundo se nos vuelve áspero haciéndonos notar un "pequeño" inconveniente: lo que nos gusta y lo que necesitamos, a veces, superpuestos, no coinciden.
Esta dialéctica dramática que aparece en el romanticismo, cuando el sentimiento toma carta de naturaleza frente al cálculo racional en las relaciones sociales y personales ha perdurado hasta nuestros días manifestándose en las modalidades artísticas de expresión correspondientes a cada momento histórico.
Y por lo que respecta al cine, "El turista accidental" es una buena muestra de la enésima repetición de ese relato mítico que funda el yo romántico sobre el que se asienta buena parte de nuestra cultura.
Macon Leary se gana la vida escribiendo guías para ayudar a todos aquellos que prefiriendo el calor del hogar han de vérselas con el taimado horizonte. Guías de viaje para aquellos que no quieren viajar y desde el momento de la partida ya están pensando en volver... Y puede hacerlo porque es precisamente experto en no ir a ninguna parte.
Lo adocenado de su expresión y, por extensión, de su estar en general, magníficamente encarnados en el rostro de William Hurt, son expresión metonímica de su propia vida, circunstancia agravada por el drama de la muerte de su hijo pequeño, que ha tenido el devastador efecto de convertir ese aburrimiento vital en tristeza y depresión.
Pero, y hasta el momento, no hay drama.
Sólo el aburrido mecanismo de una vida basada en la meticulosa repetición de lo familiar, que se circunscribe al quimérico contenido de una maleta sentimental que Leary porta desde que se levanta hasta que se acuesta, una maleta tan medida como la que lleva a todos y cada uno de sus viajes.
El drama aparecerá cuando en la vida de Leary se cruce Muriel (Geena Davis) y encontrará su razón de existir en los sentimientos que poco a poco, como brotes verdes zapateriles, el protagonista irá descubriendo no sin cierta sorpresa.
Será Muriel quién provoque la tensión con su demanda de un amor que, por muchas razones, resulta imposible ya que, en apariencia, el espectador puede ver que hay un millón de circunstancias que les separan. Y este aspecto es uno de los principales puentes fuertes de la película. La acertada descripción de dos entornos de vida, de dos modos de ser absolutamente contrapuestos que sin embargo, y por esas cosas que tiene la vida, coinciden en un momento determinado del espacio y el tiempo. En este sentido destaca especialmente el ambiente aséptico y administrativo, casi eduardiano de los "tranquilos" hermanos de Leary.
Y Leary también será Bovary teniendo que tomar una decisión entre lo que en cada momento cree necesitar y lo que en cada momento cree querer.
¿Qué decidirá?
Brillante.