"En aquel laboratorio de Berkeley, Bohm empezó lo que se convertiría en su obra cumbre sobre los plasmas. Un plasma es un gas con una alta densidad de electrones y de iones positivos, o átomos con carga positiva. Bohm descubrió asombrado que cuando los electrones estaban en un plasma, dejaban de comportarse como entidades individuales y empezaban a comportarse como si formaran parte de un todo mayor e interconectado. Aunque parecía que sus movimientos individuales eran aleatorios, cantidades inmensas de electrones eran capaces de producir efectos sorprendentemente bien organizados. Como si fuera una criatura ameboide, el plasma se regeneraba constantemente y cercaba con un muro todas las impurezas, al igual que un organismo biológico encerraría una sustancia
extraña en una cesta. Tan atónito estaba Bohm ante esas cualidades orgánicas, que comentó después que había tenido a menudo la impresión de que aquel mar de electrones estaba «vivo».
En 1947, Bohm aceptó el puesto de profesor ayudante que le ofrecieron en la Universidad de Princeton, lo que indica la gran consideración y respeto que tenían por él, y allí extendió la investigación que había iniciado en Berkeley al estudio de los electrones en los metales. Descubrió una vez más que los movimientos aparentemente aleatorios de los electrones individuales se las arreglaban para producir efectos generales sumamente organizados. Como en el caso de los plasmas que había estudiado en Berkeley, no se trataba ya de una situación en la que participaban dos partículas y cada una se comportaba como si supiese lo que estaba haciendo la otra, sino de verdaderos mares de partículas en los que cada una se comportaba como si supiese lo que estaban haciendo innumerables billones de
partículas. Bohm llamó «plasmones» a esos movimientos colectivos de electrones y su descubrimiento estableció su gran reputación como físico."
(El universo holográfico, Michael Talbott)