Son los mismos ojos
esos que te contemplan
desde el infinito
y a cuyo calmado seno
regresas una vez más.
Desde siempre han estado ahí,
recibiendo a otras miradas como la tuya
con el pausado latir del oleaje
y el irresistible abrazo abismal
de una inmensidad
que insondable se abre de par en par.
Y es hermosa la naturaleza de ese misterio
que sucede puntual,
desde el principio de los tiempos,
cada atardecer.
Su leve caricia de sombra
vuelve a bastarse para aplacar
todo deseo de luz,
todo querer saber más.
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