"Pero la convicción (venida de no se sabe muy bien dónde) de que, si el Estado se retirase, el espíritu emprendedor camparía por sus fueros, abundarían las nuevas oportunidades económicas y el bienestar general de la raza humana se vería enormemente mejorado, no cuadra con la observación histórica... Aunque el mercado ha sido un motor social sin parangón para el fomento de la inventiva y el espíritu emprendedor, nunca ha logrado generar por sí solo una revolución económica... ya no nos podemos permitir semejantes ejercicios de pensamiento mágico.
Las revoluciones económicas no surgen del éter sin más. El despliegue de nuevas infraestructuras energéticas y comunicativas ha sido siempre un esfuerzo conjunto entre estado e industria privada. Esa idea, que tan querida resulta a los ultraliberales, según la cual las revoluciones económicas son el resultado inexorable de la colaboración entre inventores y emprendedores sólo capta una parte de la historia real. Tanto la Primera Revolución Industrial como la Segunda Revolución Industrial requirieron del compromiso a gran escala del Estado (en forma de fondos públicos) con la construcción de las correspondientes infraestructuras. Los gobiernos también fijaron los códigos, las regulaciones y las normas para administrar el nuevo flujo de actividad económica, y crearon generosos incentivos fiscales y subvenciones para asegurar el crecimiento y la estabilización del nuevo orden económico.
(La tercera revolución industrial, Jeremy Rifkin)
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