"Que, en definitiva, se deba gastar sin miramientos (sin contrapartida)la energía que constituye la riqueza, que una serie de operaciones lucrativas,no tengan decididamente otro efecto que el vano despilfarro de sus beneficios, esto es lo que rehusan los espíritus habituados a ver en el desarrollo de las fuerzas productivas el fin ideal de la actividad. Afirmar que es necesario disipar en humo una parte importante de la energía producida es ir contra los criterios en los que se funda una economía razonable.... El movimiento general de exudación (de dilapidación) de la materia viviente lo anima y él no lo puede parar. Incluso hallándose en la cima, su soberanía del mundo vivo lo identifica con este movimiento, el cual lo lleva, de un modo privilegiado, a la operación gloriosa, al consumo inútil. Si él lo niega, como incesantemente le obliga la conciencia de necesidad, de indigencia inherente al ser separado (al que incesantemente le faltan recursos, que no es más que un eterno necesitado), su negación no cambia en absoluto el movimiento de la energía, la cual no puede acumularse sin limitaciones en las fuerzas productivas. Finalmente, la energía se nos tiene que escapar y perderse para nosotros como un río en el mar."
(La parte maldita, Georges Bataille)
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