J EDGAR
Embellezcamos la vida, por favor.
Puede que sea lo último que nos reste antes de que los que ya lo tienen todo nos quiten un poco más de lo poco que nos queda.
No pensemos que el maestro Eastwood ya es demasiado mayor para controlar el caballo de una buena historia. Imaginemosle, octogenario, como el caballero Blovk que protagoniza "El septimo sello", jugando todas las noches una partida de ajedrez con la muerte, buscando ganar unos días más para su pasión de hacer cine.
Porque tengo la impresión que tras esta efervescencia creativa y productiva que ha presidido la carrera de Eastwood en estos últimos años está la intuición genial y por encima de todo valerosa del fin, la necesidad de aprovechar hasta la última gota de salud que pueda quedar en su viejo cuerpo para continuar haciendo cine.
Y uno de los efectos colaterales de semejante actitud es como mínimo la irregularidad que resume la valoración de sus últimos proyectos.
En estos años Eastwood ha producido obras brillantes como "Intercambio", "Gran Torino" o "Mas allá de la vida" y otras no tan buenas como "Invictus" o esta "J Edgar", pero creo que el resultado en general es muy positivo... pese a todo.
Pero creo que Mr. Eastwood está a otra cosa.
Ni siquiera creo que le importe lo que pensemos. Su atención está centrada en el tablero, en el siguiente movimiento mientras de reojo repasa el guión de su próximo proyecto, sin importarle mucho si es demasiado malo o bueno, pensando cómo llevarlo a imágenes, dibujando en su mente los planos y los momentos, mientras los relojes cantan una canción que suena como su nombre.
El último producto de esa pasión es "J Edgar", una película desigual y confusa, probablemente tan confusa como el poliédrico personaje que pretende retratar.
"J Edgar" pertenece al biopic, un género del Hollywood clásico que presentaba en imágenes dramatizadas las vida de personajes famosos o relevantes en su tiempo, y este es el primer problema que la película plantea al espectador... "J Edgar" es el biopic de alguien que ya ha sido olvidado y quizá este sea el órdago que el autor Eastwood plantea al público sin importarle un ápice la taquilla.
El maestro nos quiere obligar a recordarlo, pero ¿por qué?
En todo su cine, palpita la dicotomía hombre mayor-hombre joven (cuando no niño). Subyacen temas como el ejemplo y el aprendizaje de una serie de valores a través del comportamiento del hombre mayor. El anciano de "Gran Torino" o los soldados de "Banderas de nuestros padres" se convierten en ejemplos para personajes que, como el público, les observa luchar y sacrificarse.
Pero, y en el último cine de Eastwood, palpita además la melancolía del anciano que mira un mundo decadente, desprovisto de unos valores que fundaron un estilo de vida que ahora se ha convertido en una arcadia perdida.
Los personajes protagonistas de Eastwood se convierten en monumento viviente para cualquiera que quiera verlos de esa manera de hacer y entender las cosas ya perdidas. Y sólo a la luz de este razonamiento puede entenderse el posible interés de Eastwood por hacer una película por ese brutal sabueso llamado J Edgar Hoover.
El fundador de la FBI se convierte en un valioso cruce de caminos narrativo.
Por un lado, es uno de esos ancianos representativos de una manera de entender las cosas, portadores y vividores de un sentido que al mismo tiempo les hace ser lo que son, estilo de vida que están dispuestos a defender a toda costa precisamente por la intensidad en que lo sientes como propio y por otro efectivamente fue el guardián en las cloacas de ese estilo de vida frente a sus potenciales enemigos.
Eastwood no es un hombre de izquierdas, y como John Wayne no tiene ningún miedo a la hora de mostrar sus creencias y defender a quienes considera los suyos... Y Hoover lo es.
Y además la complejidad del propio personaje aporta aún un valor más de ejemplaridad, de rudo lacedemonismo, porque Hoover fue incluso capaz de renunciar a una parte esencial de si mismo, su homosexualidad, para mantener un orden establecido. Por increíble que parezca y desde una compleja heterodoxia conservadora, Eastwood no ve hipocresía en el comportamiento de Hoover sino fuerza moral y sacrificio extremo.
Y es ahí donde está el fuerte componente hagiográfico que caracteriza a un biopic. La vida que se nos cuenta siempre es ejemplar en algo.
Toda esta complejidad ideológica unida a los defectos narrativos que la película tiene, demasiado dubitativa en lo que cuenta, demasiado morosa y confusa en ciertos momentos, como si quisiera contar demasiadas cosas y no terminase de centrarse en ninguna, hace de "J Edgar" una obra fallida y muy difícil para las miradas de esta época, una "rara avis" de sensibilidad intelectual conservadora que me resulta difícil de ver, pero que no encuentro por completo desechable.
Porque, y si uno de verdad escucha la película, verá que la mayor parte de los personajes se sacrifican, renuncian dolorosamente a partes de sí mismos, en favor de un estilo de vida. Tienen un entendimiento tácito de su posición, del lugar que ocupan dentro de un contexto y se pliegan, se adaptan poniendo las necesidades del superyo colectivo por delante de las necesidades del propio yo.
Y así donde otros ven patología, Eastwood ve sacrificio, coraje y altruismo
"J Edgar" es una película difícil, a veces imposible, tan difícil de asumir como las palabras del Coronel Kurtz en la penumbra de su dormitorio de piedra, pero en su favor también hay que decir que el talento de Eastwood para cargar de emoción los detalles brilla también de cuando en cuando para producir conmovedores momentos plenos de sentido y vida en si mismos, como solo el maestro puede hacer.
Y hay algunos detalles que valen por todo el resto de momentos, porque al final y por debajo de una vida que no es lineal siempre hay historias de amor y pasión que los justifican todo haciendo que todo cuente.
Negras siguen jugando...
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