LE HAVRE
Me gusta el resumen de la crítica que el New York Times ha hecho de la película : "Un cuento de hadas elegante y sentimental sobre cómo debería ser el mundo, desde un sincero reconocimiento de lo que el mundo realmente es" (A. O. Scott: The New York Times).
Refleja muy bien mi propia idea.
¿Para qué volverlo a escribir si alguien ya lo ha escrito?
La nueva película del fines Aki Kaurismäki es un estupendo canto a la bondad como esencial modo de relación entre las personas.
Un inmigrante ilegal llamado Idrissa acaba en el puerto francés de Le Havre en su camino hacia Londres. Sus pasos se cruzan con los de Marcel Marx, un escritor bohemio que ejerce de limpiabotas. Marcel intentará ayudar a Idrissa y para ello contará con la colaboración de todo un variopinto grupo de vecinos que como Marcel residen en un entorno humilde, casi marginal, a las afueras de una ciudad que parece ignorarles del mismo modo que sólo tiene en cuenta a Idrissa para encarcelarle y devolverle a su país de origen.
Como en otras películas de Kaurismäki, hay algo edificante y puro en esos personajes aparentemente fracasados y desheredados de un mundo que parece haberlos vomitado a las tinieblas exteriores, un entereza moral nacida de su propio interior que les convierte en héroes intactos y puros, en contraste a lo que desde fuera parece una propia tragedia de fracaso y marginalidad.
Me viene a la mente un texto de Bataille que publiqué hace poco en el blog y que tenía que ver con la mística del clochard:
"El verdadero lujo y el potlatch profundo de nuestro tiempo se encuentran en el miserable, es decir, en el que se arroja al suelo y se margina. El lujo auténtico exige un completo desprecio de las riquezas, la adusta indiferencia de quien rehusa el trabajo y hace de su vida, de una parte, un esplendor infinitamente ruinoso y, de otra parte, un insulto callado a la mentira laboriosa de los ricos. Más allá de una explotación militar, de una mistificación religiosa y de una malversación capitalista, nadie en el futuro podría volver a encontrar el sentido de la riqueza, lo que presagia de explosivos, de pródigo y de desbordante, si carece del esplendor de los andrajosos y de la sombría provocación de la indiferencia. Finalmente, si queremos, la mentira consagra la exuberancia de la vida a la revolución."(La parte maldita, Georges Bataille)
Kaurismäki cree también en ese aparentemente abstracto esplendor de los andrajosos del que nos escribe Bataille y en Le Havre vuelve a ponerlo por obra cifrándolo en una extrema cultura de la solidaridad en la que el que apenas tiene algo lo comparte de una manera natural, sin mediaciones reflexivas de ningún tipo.
Porque para Kaurismäki, esa bohemia que reside en los arrabales de la ciudad es, a su trágica manera irónica de contarlo, una desesperanzada reserva espiritual portadora de unos valores eternos basados en la humanidad y la solidaridad.
El fracaso es la inevitable consecuencia de ser de otra manera, de la imposibilidad para desde la propia pureza cambiar siquiera para sobrevivir.
Y seguramente abrazar el fracaso en esas tinieblas grises de los arrabales que ya empezara a cantar Baudelaire encierra la grandeza de abrazar lo mejor de la humanidad.
Y todo sucediendo en un entorno de significado que bebe directamente en lo mejor del cine francés de la década de los treintas del siglo pasado e incluso de películas como "Casablanca" puesto que una parte de la estructura narrativa de la historia recuerda al planteamiento narrativo del clásico, especialmente la relación entre el inspector de policía y el protagonista.
Extraordinaria.
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