LUCES ROJAS
Mucho más difícil que plantear una historia es plantear un desenlace que esté a la altura de las expectativas creadas.
En este sentido, Cecil B. de Mille, un director de la primera gran generación de directores de Hollywood, la que se desarrolló entre el mudo y el sonoro, decía que una película debía empezar con un terremoto y luego ir hacia arriba.
Y los desvanes de la historia del cine están llenos de películas que no están a la altura de la expectación que generan.
"Luces rojas" es la última de la lista.
Aunque no original su punto de partida tiene un cierto interés: un par de científicos interpretados por Cillian Murphy y Sigourney Weaver se dedican a desenmascarar fraudes generados en torno a lo paranormal y se ven obligados a enfrentar a Simon Silver (Robert de Niro), lo que parece ser su némesis, un legendario mentalista que regresa de su retiro para sorprender al mundo con sus sorprendentes habilidades.
Y hasta ahí puedo escribir.
Todo tiene una aceptable pinta envuelto en una atmósfera de misterio que de cuando en cuando resulta hasta inquietante, al modo en que es inquietante "El exorcista" o "La semilla del diablo", en base a lo que los ojos del protagonista creen ver en una realidad que, según se mire, resulta inofensiva o portadora de una desconocida amenaza que se esconde en las sombras de lo que no se deja ver y no puede ser visto.
Dicho esto hay que hacer la consideración posterior de no ser nada del otro mundo lo que al espectador se le muestra por haberlo visto y oído ya unas cuantas veces.
Pero desgraciadamente ese edificio de aplicada copia construida sin demasiado talento se viene abajo en su mitad final, cuando toda la inquietud de "boudoir" que se ha dibujado se resuelve en un planteamiento que en nada desmerece a cualquiera de los que podría hacer Paulo Coelho (y seguirá haciendo) y que, desde el punto de vista narrativo, contradice la dirección original de la película en lo que pretende ser un genial "twist" narrativo y se queda en un desconcertante bandazo que automáticamente coloca al espectador una inmensa y roja nariz de payaso.
Fallida.
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