domingo, abril 01, 2012

THE GREY

Un avión que transporta empleados de una empresa petrolífera se estrella en una zona apartada y salvaje de Alaska, los supervivientes se enfrentarán a una desesperada situación de supervivencia que, si por si sola no resulta suficiente mortífera, se verá agravada por el acoso al que se verán sometidos por una manada de lobos.

Para mi gusto, "The grey" es una película extraordinaria, la mejor que su director, Joe Carnahan, ha rodado hasta el momento.

Cuenta una desesperada y claustrofóbica historia de supervivencia, de lucha contra un destino que parece estar escrito para el grupo de protagonistas que lidera Ottway, interpretado por un como siempre magnífico Liam Neeson.

Ottway es un personaje interesante, alguien que no tiene un interés especial por vivir (de hecho intenta suicidarse la noche anterior al vuelo) y que, de pronto, se encuentra a sí mismo sobreviviendo desesperadamente y en la más complicada de las circunstancias, asumiendo el reto de vivir cuando la muerte parece estar más cerca en un gesto de mera lucha por la existencia que se convierte en un acto de rebeldía absolutamente trágico, en el sentido dramático y griego de la palabra, contra los turbios manejos del destino.

Y el reto que culminará en un maravilloso e incierto final abierto, tan desesperado, tan corajudo, o más que cualquiera de las situaciones terribles que se han vivido a lo largo de la huida hacia ninguna parte que los trabajadores protagonizan.

Pero "The Grey" es mucho más que una simple película de catástrofes y supervivencia, porque, y conforme avanza la historia se transparenta un interesante discurso metafísico sobre los mecanismos de la esperanza que, a veces, mantienen al ser humano en pie contra toda lógica.

En ocasiones la fantasía, la mentira, el deseo, se convierten en fe y esperanza, el combustible que mantiene en marcha al ser humano unos kilómetros más allá de lo que la lógica y la razón jamás podrán conducirle, unos kilómetros en los que quizá pueda encontrarse la salvación... o no, porque la realidad suele ser eso que cuando volvemos a abrir los ojos se obstina en seguir ahí.

Y, por supuesto, el inevitable silencio de un inexistente Dios mientras todo ésto sucede.

Brillante.




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