Dirigida por el francés Bertrand Tavernier en 1980, es una historia de ciencia ficción sobre la tragedia del individuo expuesto y sometido a las necesidades de una sociedad futura donde las desigualdades sociales se multiplican, pero no a la misma velocidad que la necesidad de ser entretenido por la minoría opulenta.
En este sentido se ha llegado tan lejos como para que la muerte se haya convertido en un espectáculo.
Un empleado de la televisión (Harvey Keitel) ha convertido su mirar en una cámara que registra todo lo que sucede a su alrededor y lo transmite en directo. Su trabajo será emplear esa capacidad adquirida en seguir a una escritora (Romy Schneider) que padece una enfermedad terminal.
Su enfrentamiento con la inapelable realidad de su propia muerte se convertirá en espectáculo televisivo retransmitido por este empleado que se convierte en la definitiva mirada espía capaz de reabrir caminos a lo que parecía una curiosidad agotada.
"La muerte en directo" es una de esas películas que promete más de lo que ofrece desde un planteamiento que resulta estimulante a todas luces. Por supuesto no se encuentra entre las mejores obras de su autor, resultando progresivamente entretenida desde unos comienzos que no resultan nada estimulantes, cuando no directamente aburridos.
Para mi gusto en ella destaca por encima de todo la puesta por obra de la vulnerabilidad del ser humano que, como la escritora protagonista, resulta total y definitivamente expuesto, sacrificado en el altar de las necesidades globales de una sociedad que no se para ni por un segundo en examinar su propio desear y las consecuencias del mismo.
Y en realidad la transparencia del espectáculo dantesco que se presencia a escondidas se convierte en espejo que refleja la miseria de un mundo soberbio, ensimismado en la grandeza de su opulencia aburrida y sin ser consciente del monstruo en que se está convirtiendo.
No obstante, y como ya he comentado, es una lastima que narrativamente y como obra la película no esté a la altura de la tensión que encierra su historia.
Aceptable.
En este sentido se ha llegado tan lejos como para que la muerte se haya convertido en un espectáculo.
Un empleado de la televisión (Harvey Keitel) ha convertido su mirar en una cámara que registra todo lo que sucede a su alrededor y lo transmite en directo. Su trabajo será emplear esa capacidad adquirida en seguir a una escritora (Romy Schneider) que padece una enfermedad terminal.
Su enfrentamiento con la inapelable realidad de su propia muerte se convertirá en espectáculo televisivo retransmitido por este empleado que se convierte en la definitiva mirada espía capaz de reabrir caminos a lo que parecía una curiosidad agotada.
"La muerte en directo" es una de esas películas que promete más de lo que ofrece desde un planteamiento que resulta estimulante a todas luces. Por supuesto no se encuentra entre las mejores obras de su autor, resultando progresivamente entretenida desde unos comienzos que no resultan nada estimulantes, cuando no directamente aburridos.
Para mi gusto en ella destaca por encima de todo la puesta por obra de la vulnerabilidad del ser humano que, como la escritora protagonista, resulta total y definitivamente expuesto, sacrificado en el altar de las necesidades globales de una sociedad que no se para ni por un segundo en examinar su propio desear y las consecuencias del mismo.
Y en realidad la transparencia del espectáculo dantesco que se presencia a escondidas se convierte en espejo que refleja la miseria de un mundo soberbio, ensimismado en la grandeza de su opulencia aburrida y sin ser consciente del monstruo en que se está convirtiendo.
No obstante, y como ya he comentado, es una lastima que narrativamente y como obra la película no esté a la altura de la tensión que encierra su historia.
Aceptable.
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