John Ford era un tipo complejo.
Casi todas las películas lo son también. En ellas, suele ser tan importante como la historia que se nos cuenta todas las pequeñas anécdotas y detalles que suceden mientras el gran relato se despliega. En el cine de Ford uno tiene la sensación de que cada personaje, por nimio que sea, tiene su momento y el resultado siempre suele ser la sensación de universo cerrado y completo, de que los ojos del espectador se encuentra ante un pedazo de la vida misma que sucede ante el espectador con asombrosa naturalidad.
En casos como el de "La legión invencible", y si uno se pone a pensar, no se acaba de tener muy claro qué es lo que Ford está contando. En el contexto de las guerras indias de finales del siglo XIX, las campañas contra los sioux y en su peor momento, tras la derrota de Custer en Little Big Horn, Ford se dedica a hacer un retrato costumbrista de la vida en la frontera con la presencia del veterano capitán Nathan Brittles (un magnífico John Wayne que demuestra que cuando quería podía actuar) como elemento vertebrador en torno al que las pequeñas historias, las anécdotas, la interacción entre los personajes suceden de manera cristalina y natural.
Ese es para mi gusto el gran talento de Ford, la capacidad de insuflar vida, autenticidad a las imágenes que con gran cuidado construía en sus legendarios rodajes en los que prácticamente todo el equipo estaba pendiente de sus bipolares cambios de humor de alcohólico y su brillante y pasmosa intuición y capacidad de improvisación.
Los rodajes de Ford eran toda una aventura en la que Ford era el líder indiscutible, un incierto camino de creación en el que hasta el propio guión podía ser sacrificado y en el que todo el equipo trabajaba a la espera de que la inspiración les sorprendiese trabajando... y todo siempre sin salirse del plan de rodaje, porque todo estaba en la cabeza de Ford.
Un ejemplo para la película que nos ocupa son las brutales escenas de la columna de caballería cabalgando por la pradera y una tormenta de gran aparato eléctrico sucediendo en la distancia. Ford en los rodajes, atento como un shamán, esperaba la ocurrencia de ese tipo de detalles que elevaban sus historias por encima de las posibilidades del propio guión.
De aparente sencillez, en el cine de Ford aflora siempre un algo auténtico que brilla con un irresistible valor de verdad y cuya expresión siempre descansaba en los rostros y la expresión de los actores, muchas de esas imágenes que Ford perseguía tenían que ver con los primeros planos de los actores y para su perfecta ocurrencia el director planificaba cuidadosamente cada escena .
Para Ford los rostros y las miradas eran esenciales, la distancia corta en la que la historia se jugaba el todo por el todo de ese complicado y volátil entramado de verdad que en cada rodaje quería construir.
Quizá se esté quedando un poco antiguo buena parte de su cine, especialmente por su pasión por la milicia y por el folklore popular pero sus películas siempre son experiencias emocionantes.
"La legión invencible" es la segunda película de su famosa trilogía de la caballería compuesta además por "Fort Apache" y por "Rio Grande". Quizá sea la más floja de las tres, especialmente por su media hora final en la que Ford abusa de sensiblería (uno de sus grandes defectos) en una sublimada y un poco interminable despedida del héroe Brittles.
Pero Ford es uno de los grandes maestros y la peor de sus películas ocuparía un lugar relevante en la filmografía de cualquier otro director.
Casi todas las películas lo son también. En ellas, suele ser tan importante como la historia que se nos cuenta todas las pequeñas anécdotas y detalles que suceden mientras el gran relato se despliega. En el cine de Ford uno tiene la sensación de que cada personaje, por nimio que sea, tiene su momento y el resultado siempre suele ser la sensación de universo cerrado y completo, de que los ojos del espectador se encuentra ante un pedazo de la vida misma que sucede ante el espectador con asombrosa naturalidad.
En casos como el de "La legión invencible", y si uno se pone a pensar, no se acaba de tener muy claro qué es lo que Ford está contando. En el contexto de las guerras indias de finales del siglo XIX, las campañas contra los sioux y en su peor momento, tras la derrota de Custer en Little Big Horn, Ford se dedica a hacer un retrato costumbrista de la vida en la frontera con la presencia del veterano capitán Nathan Brittles (un magnífico John Wayne que demuestra que cuando quería podía actuar) como elemento vertebrador en torno al que las pequeñas historias, las anécdotas, la interacción entre los personajes suceden de manera cristalina y natural.
Ese es para mi gusto el gran talento de Ford, la capacidad de insuflar vida, autenticidad a las imágenes que con gran cuidado construía en sus legendarios rodajes en los que prácticamente todo el equipo estaba pendiente de sus bipolares cambios de humor de alcohólico y su brillante y pasmosa intuición y capacidad de improvisación.
Los rodajes de Ford eran toda una aventura en la que Ford era el líder indiscutible, un incierto camino de creación en el que hasta el propio guión podía ser sacrificado y en el que todo el equipo trabajaba a la espera de que la inspiración les sorprendiese trabajando... y todo siempre sin salirse del plan de rodaje, porque todo estaba en la cabeza de Ford.
Un ejemplo para la película que nos ocupa son las brutales escenas de la columna de caballería cabalgando por la pradera y una tormenta de gran aparato eléctrico sucediendo en la distancia. Ford en los rodajes, atento como un shamán, esperaba la ocurrencia de ese tipo de detalles que elevaban sus historias por encima de las posibilidades del propio guión.
De aparente sencillez, en el cine de Ford aflora siempre un algo auténtico que brilla con un irresistible valor de verdad y cuya expresión siempre descansaba en los rostros y la expresión de los actores, muchas de esas imágenes que Ford perseguía tenían que ver con los primeros planos de los actores y para su perfecta ocurrencia el director planificaba cuidadosamente cada escena .
Para Ford los rostros y las miradas eran esenciales, la distancia corta en la que la historia se jugaba el todo por el todo de ese complicado y volátil entramado de verdad que en cada rodaje quería construir.
Quizá se esté quedando un poco antiguo buena parte de su cine, especialmente por su pasión por la milicia y por el folklore popular pero sus películas siempre son experiencias emocionantes.
"La legión invencible" es la segunda película de su famosa trilogía de la caballería compuesta además por "Fort Apache" y por "Rio Grande". Quizá sea la más floja de las tres, especialmente por su media hora final en la que Ford abusa de sensiblería (uno de sus grandes defectos) en una sublimada y un poco interminable despedida del héroe Brittles.
Pero Ford es uno de los grandes maestros y la peor de sus películas ocuparía un lugar relevante en la filmografía de cualquier otro director.
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