Seguramente influido por circunstancias desgraciadas de su propia vida el cine de Kenji Mizoguchi pivota sobre el melodrama para construir un retrato agrio de la vida y sus exigencias.
Por entre las imágenes de un cine que Mizoguchi construye con una maestría casi pictórica destellan historias en las que sus protagonistas viven sus existencias sometidos a la precariedad de un destino cruel que tarde o temprano acaba pronunciando su agria sentencia.
La alegría, la estabilidad, la paz, la tranquilidad son aspectos pasajeros que distraen con sus aconteceres episódicos a sus personajes de una realidad compleja y desconsiderada con el deseo, rebosante de desgracias y sin sabores que constantemente amenazan todos los esfuerzos de los protagonistas de sus historias por construir un espacio de calma en el que detenerse y descansar.
Y en este aspecto, Mizoguchi está muy cerca de Kurosawa, otro gran maestro de la época clásica del cine japonés. Para ambos la vida es un animal hermoso que siempre se termina volviendo para morder la mano que distraída la acaricia. Luego llegan las diferencias que en absoluto logran borrar ese punto esencial común entre ambos maestros y en este sentido Kurosawa va mucho más allá que Mizoguchi en la profundización dentro de ese caos sinsentido en el que los seres humanos se descubren un día arrojados.
Mizoguchi es más constructivo.
En todas sus películas siempre hay un personaje que se resiste, que es portador de una esencia de hermosa nobleza cuyo destino siempre encaminado a la derrota Mizoguchi gusta mostrar. La mujer a quién el marido no escucha en "Los cuentos de la luna pálida" o la bella y desgraciada Oharu en la película que nos ocupa... Casi siempre mujeres... Seguramente un retrato de la madre que con gran esfuerzo y sacrificio, en contra de una realidad exigente y cruel, sacó adelante a la familia del propio Mizoguchi.
Por eso, buena parte de las películas de Mizoguchi se mueven dentro de las claves del melodrama como género cinematográfico. Porque el melodrama siempre describe el enfrentamiento autodestructivo y destructivo de un personaje protagonista contra un mundo.
Sus protagonistas resumen lo mejor del temperamento romántico en un sentido amplio: la inevitable escucha de la voz interior frente a las otras voces que se escuchan desde fuera y el consecuente enfrentamiento contra el mundo buscando imponer a toda costa un criterio individual, una manera heterodoxa de entender las cosas.
Y en este sentido, la historia de Oharu es un melodrama tremendo, con todas las de la ley, en el que Mizoguchi pone por obra el rigor cruel de un destino trágico, el de una cortesana de la corte del emperador que por amor se verá desterrada y alejada del exitoso plan de vida que todos tenían previsto para ella.
Así, ese acontecimiento marcará su vida que se verá en un constante encuentro con el infortunio, pero en la que también brillará la poderosa la entereza del personaje protagonista quién, pese a todo, se las arreglará para mantener intacta esa manera de ser a la que no puede hacer otra cosa que deberse.
"Vida de Oharu" es una de las obras maestras de Mizoguchi.
Por entre las imágenes de un cine que Mizoguchi construye con una maestría casi pictórica destellan historias en las que sus protagonistas viven sus existencias sometidos a la precariedad de un destino cruel que tarde o temprano acaba pronunciando su agria sentencia.
La alegría, la estabilidad, la paz, la tranquilidad son aspectos pasajeros que distraen con sus aconteceres episódicos a sus personajes de una realidad compleja y desconsiderada con el deseo, rebosante de desgracias y sin sabores que constantemente amenazan todos los esfuerzos de los protagonistas de sus historias por construir un espacio de calma en el que detenerse y descansar.
Y en este aspecto, Mizoguchi está muy cerca de Kurosawa, otro gran maestro de la época clásica del cine japonés. Para ambos la vida es un animal hermoso que siempre se termina volviendo para morder la mano que distraída la acaricia. Luego llegan las diferencias que en absoluto logran borrar ese punto esencial común entre ambos maestros y en este sentido Kurosawa va mucho más allá que Mizoguchi en la profundización dentro de ese caos sinsentido en el que los seres humanos se descubren un día arrojados.
Mizoguchi es más constructivo.
En todas sus películas siempre hay un personaje que se resiste, que es portador de una esencia de hermosa nobleza cuyo destino siempre encaminado a la derrota Mizoguchi gusta mostrar. La mujer a quién el marido no escucha en "Los cuentos de la luna pálida" o la bella y desgraciada Oharu en la película que nos ocupa... Casi siempre mujeres... Seguramente un retrato de la madre que con gran esfuerzo y sacrificio, en contra de una realidad exigente y cruel, sacó adelante a la familia del propio Mizoguchi.
Por eso, buena parte de las películas de Mizoguchi se mueven dentro de las claves del melodrama como género cinematográfico. Porque el melodrama siempre describe el enfrentamiento autodestructivo y destructivo de un personaje protagonista contra un mundo.
Sus protagonistas resumen lo mejor del temperamento romántico en un sentido amplio: la inevitable escucha de la voz interior frente a las otras voces que se escuchan desde fuera y el consecuente enfrentamiento contra el mundo buscando imponer a toda costa un criterio individual, una manera heterodoxa de entender las cosas.
Y en este sentido, la historia de Oharu es un melodrama tremendo, con todas las de la ley, en el que Mizoguchi pone por obra el rigor cruel de un destino trágico, el de una cortesana de la corte del emperador que por amor se verá desterrada y alejada del exitoso plan de vida que todos tenían previsto para ella.
Así, ese acontecimiento marcará su vida que se verá en un constante encuentro con el infortunio, pero en la que también brillará la poderosa la entereza del personaje protagonista quién, pese a todo, se las arreglará para mantener intacta esa manera de ser a la que no puede hacer otra cosa que deberse.
"Vida de Oharu" es una de las obras maestras de Mizoguchi.
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