Y así sucede inevitable el fin de todas las cosas.
Se hace sombra la palabra del tiempo
y todo deviene a un metódico olvido,
cuyo meticuloso engranaje ciego
apenas detiene solo el recuerdo.
Apura la copa.
Vacía el plato.
Es vanidad oponerse,
suponer lo contrario.
Emplea bien la incierta cantidad
de estantes que te restan,
persigue el momento
y escapa a la eternidad
por esa imposible puerta
que se abre al mismo tiempo que se cierra.
Ningún valor tiene el tiempo por si solo
se desvanece,
transparenta,
pareciendo pura nada
que se nos escapa de entre las manos
sorprendiéndonos en el pensar de que todo lo era.

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