Tuvo su momento Bobby Fischer.
Su presencia fue más importante de lo que parece en el desenvolvimiento de la Guerra Fria certificando una aplastante victoria sobre un aspecto sobre el que los soviéticos desarrollaban una gran autoestima. Para los soviéticos el ajedrez era mucho más que un juego, por encima de todo era la demostración de la superioridad del hombre soviético y resulta sorprendente la enorme cantidad de recursos que destinaron al ajedrez.
La lucha por la imagen frente al mundo capitalista también se ventilaba en este milenario juego. No sólo en el deporte.
En este sentido, la Unión Soviética desarrolló una superioridad aplastante en el mundo del ajedrez... hasta que llegó Bobby Fischer para humillar totalmentee a Spassky, uno de sus más grandes campeones.
La aparición de Bobby Fischer certifica a nivel simbólico la derrota del ideal del hombre soviético, una derrota escenificada a nivel global en la lucha por el titulo mundial en Islandia. De hecho, Fischer ha sido uno de los pocos campeones mundiales de ajedrez no soviéticos, si no el único... No estoy seguro.
Poco importa que tras Fischer los soviéticos volvieran a dominar con Karpov o Kasparov... El daño moral ya estaba hecho... El mundo capitalista educaba intelectos que eran capaces de derrotar a lo mejor del talento intelectual soviético.
Y éste carácter épico de héroe triunfador en un terreno ignoto, donde nadie antes había triunfado le otorgó a Fischer un carácter de héroe que terminó desequilibrándole. Probablemente Fischer habría tenido un destino similar. En su personalidad se daban las características necesarias para que alguna enfermedad mental se desplegase, pero el interés que las terminales incipientes de la sociedad de la información tuvieron en Fischer suscitaron en él la sensación, bastante real, de ser perseguido que terminó acabando con él. Porque Fischer fue en realidad un paranoico que realmente era perseguido. No desde luego por las mismas razones y de las mismas maneras que él imaginaba, pero desde luego perseguido por una sociedad que quería saber más de él conforme su propio e incontrolable misterio se desplegaba.
Los resultados, la pérdida y la destrucción de su talento ya se conocen, pero la historia de Fischer ha sido la historia de una enfermedad mental mediaticamente transmitida en el tiempo.
Apenas una delgada línea separa la genialidad de la locura y uno puede pisarla casi sin quererlo. Las dos cualidades humanas cruzan la línea y se introducen en la oscuridad de lo nuevo, en ese corazón de las tinieblas del que escribía Conrad y del que no siempre se regresa intacto.
Escribe el poeta portugués Miguel Torga que la razón es "la más presuntuosa y menos fecunda de nuestras facultades. No tiene el don de imaginar ni el coraje para transgredir", pero tampoco tiene los inconvenientes de ir demasiado lejos.
Fischer es un ejemplo más.
Su presencia fue más importante de lo que parece en el desenvolvimiento de la Guerra Fria certificando una aplastante victoria sobre un aspecto sobre el que los soviéticos desarrollaban una gran autoestima. Para los soviéticos el ajedrez era mucho más que un juego, por encima de todo era la demostración de la superioridad del hombre soviético y resulta sorprendente la enorme cantidad de recursos que destinaron al ajedrez.
La lucha por la imagen frente al mundo capitalista también se ventilaba en este milenario juego. No sólo en el deporte.
En este sentido, la Unión Soviética desarrolló una superioridad aplastante en el mundo del ajedrez... hasta que llegó Bobby Fischer para humillar totalmentee a Spassky, uno de sus más grandes campeones.
La aparición de Bobby Fischer certifica a nivel simbólico la derrota del ideal del hombre soviético, una derrota escenificada a nivel global en la lucha por el titulo mundial en Islandia. De hecho, Fischer ha sido uno de los pocos campeones mundiales de ajedrez no soviéticos, si no el único... No estoy seguro.
Poco importa que tras Fischer los soviéticos volvieran a dominar con Karpov o Kasparov... El daño moral ya estaba hecho... El mundo capitalista educaba intelectos que eran capaces de derrotar a lo mejor del talento intelectual soviético.
Y éste carácter épico de héroe triunfador en un terreno ignoto, donde nadie antes había triunfado le otorgó a Fischer un carácter de héroe que terminó desequilibrándole. Probablemente Fischer habría tenido un destino similar. En su personalidad se daban las características necesarias para que alguna enfermedad mental se desplegase, pero el interés que las terminales incipientes de la sociedad de la información tuvieron en Fischer suscitaron en él la sensación, bastante real, de ser perseguido que terminó acabando con él. Porque Fischer fue en realidad un paranoico que realmente era perseguido. No desde luego por las mismas razones y de las mismas maneras que él imaginaba, pero desde luego perseguido por una sociedad que quería saber más de él conforme su propio e incontrolable misterio se desplegaba.
Los resultados, la pérdida y la destrucción de su talento ya se conocen, pero la historia de Fischer ha sido la historia de una enfermedad mental mediaticamente transmitida en el tiempo.
Apenas una delgada línea separa la genialidad de la locura y uno puede pisarla casi sin quererlo. Las dos cualidades humanas cruzan la línea y se introducen en la oscuridad de lo nuevo, en ese corazón de las tinieblas del que escribía Conrad y del que no siempre se regresa intacto.
Escribe el poeta portugués Miguel Torga que la razón es "la más presuntuosa y menos fecunda de nuestras facultades. No tiene el don de imaginar ni el coraje para transgredir", pero tampoco tiene los inconvenientes de ir demasiado lejos.
Fischer es un ejemplo más.
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