jueves, agosto 16, 2012

La Strada

No descubro nada si escribo que en Fellini hay dos épocas claramente definidas en su cine.

En la primera, que culmina con "La dolce vita" es una época en la que predomina el melodrama costumbrista en un entorno narrativo neorrealista. Por decirlo así sus historias son más convencionales si bien todas suceden ya dentro de un incipiente mundo propio caracterizado por el enfrentamiento entre el mundo interior de sus personajes con un mundo exterior como mínimo complicado, como máximo duro e inclemente.

Todos sus protagonistas desde el Alberto Rivoli de "El jeque blanco" hasta el Marcello Rubini de "La dolce vita" experimentan algún tipo de disonancia entre sus creencias y expectativas y una realidad que parece tener sus propios planes. Esta tensión preside en mayor o menor medida todas esas historias que Fellini rueda con talento en blanco y negro y dentro de entornos muy realistas, resolviendo esa tensión casi siempre desde el melodrama lacrimógeno y para mi gusto a veces demasiado sentimental.

Posteriormente, y tras el interludio que supone el episodio que rueda para la película "Bocaccio 70", empieza con "Ocho y medio" la segunda etapa, una etapa más personal en la que, aún manteniéndose esa tensión entre realidad y expectativas, las historias cambian el entorno realista por un entorno más onírico y subjetivo, como si el escenario se desplazase desde el exterior al interior de sus personajes protagonistas y esa realidad siempre se percibirse de una manera indirecta, matizada por el modo en que sus protagonistas la perciben y sienten. Por decirlo así, el escenario se interioriza y se subjetiva. La cámara no ve por si misma sino por la mirada de un personaje.

Ese es para mi gusto la esencia del toque Fellini, lo onírico objetivado en relato.

"La Strada" forma parte de esa primera época.

Nos cuenta la imposible historia del amor imposible que Gelsomina siente por el brutal y necio gigante Zampanó, una historia tremenda de entrega inútil y de inevitable aniquilación en el que brilla el misterio que esconde la mirada de Gelsomina, magnificamente encarnada por Giuletta Massina. Un misterio que se cifra en el amor que ella siente por un borracho y desconsiderado Zampanó, también magnífico Anthony Quinn y que el que les escribe nunca llega a terminar de explicarse.

El resultado es la emocionante historia de un desencuentro, el amargo relato de una imposibilidad contra cuya eliminación el deseo de Gelsomina termina quedando todas sus naves.

Emocionante.


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