Vienen bien en este país siempre los muertos.
Pacientes, formales, callados, dispuestos
sirven a los vivos en cualquier disputa
proporcionando la distancia más corta
hacia la verdad desde el argumento.
Obedientes acuden cuando se les llama,
escuchan sin interrumpir
y saben como nadie guardar el secreto
de la verdadera causa de su presencia.
Metódicos disponen el congelado chillido reseco
de su carne y su sangre abusadas
sobre la abarrotada mesa de los desacuerdos.
Solícitos permiten que el alfiler del discurso
les ensarte en el lugar y momento adecuado
respaldando la causa invocada con el silencio
de la abandonada cáscara de sus ensartados huesos.
No necesitarían hablar aunque pudieran.
Su opinión siempre se presume,
su inexistente voz otorga.
Su sola existencia sirve de prueba.
Es lo que tienen los muertos.
Pacientes, formales, callados, dispuestos
sirven a los vivos en cualquier disputa
proporcionando la distancia más corta
hacia la verdad desde el argumento.
Obedientes acuden cuando se les llama,
escuchan sin interrumpir
y saben como nadie guardar el secreto
de la verdadera causa de su presencia.
Metódicos disponen el congelado chillido reseco
de su carne y su sangre abusadas
sobre la abarrotada mesa de los desacuerdos.
Solícitos permiten que el alfiler del discurso
les ensarte en el lugar y momento adecuado
respaldando la causa invocada con el silencio
de la abandonada cáscara de sus ensartados huesos.
No necesitarían hablar aunque pudieran.
Su opinión siempre se presume,
su inexistente voz otorga.
Su sola existencia sirve de prueba.
Es lo que tienen los muertos.
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