lunes, febrero 25, 2013

SKYFALL

Surgido de la mente del escritor y periodista  Ian Fleming a mediados del siglo pasado, James Bond es sin duda uno de los incontestables iconos de la sociedad de masas del occidente opulento.

Sin duda, sus películas son un ejemplo representativo del cine en su vertiente comercial, siendo además uno de los primeros ejemplos de superproducción franquicia y acontecimiento que se ha convertido en uno de los canales de comercialización del cine como producto industrial en nuestros días.

Las películas de Bond practicamente son un compendio, casi siempre hábil, de los tics de nuestra sociedad de consumo: la acción y la violencia como evasión, las mujeres convertidas en objeto, la consagración del gadget como representación divina de los objetos como objetos del deseo, el lujo como emulación... James Bond lo tiene todo y en este sentido es un producto bien construido a lo largo de los años y cuyas claves fueron sentadas por un equipo inicial ya obligatoriamente desplazado por el inclemente paso del tiempo.... Los productores Harry Saltzman, Albert R. Broccoli y posteriormente Michael G. Wilson  a la muerte de Saltzman, los directores Terence Young, Guy Hamilton y Lewis Gilbert, el guionista Richard Maibaum, el director de producción Peter Lamont, el director de segunda unidad y posterior director John Glen, el músico John Barry, el creador de titulos de crédito Maurice Binder... El trabajo de todos ellos, y de bastantes más, creó un producto consolidado que fue una mina de oro incontestable a finales de la década de los sesentas y durante todo los setentas del siglo pasado.

Posteriormente, en los ochentas, la serie desembocó en una cierta mecanización y esquematización, precisamente en el peor de los momentos, cuando llegó la revolución del cine comercial americano de la mano de Lucas, Spielberg y sus compañías de guionistas y efectos especiales, convirtiendo al Bond que interpretaba Roger Moore en un suerte de abuelete rijoso y trasnochado que en absoluto conectaba con las nuevas generaciones jóvenes que llegaban al cine.

Tras dos películas desnortadas, poco ambiciosas y a la defensiva (pero tampoco tan malas como se dice), protagonizadas por un Bond de urgencia llamado Timothy Dalton, la franquicia despareció un para siempre que duró cinco años, el tiempo que tardó Bárbara, la hija del productor original Albert R. Broccoli, en decidir restaurar y actualizar una de las principales propiedades de la familia.

Y de todo punto Skyfall supone la culminación de ese esfuerzo en lo que es una nueva edad de oro de la franquicia, precisamente en el año en que ésta cumple los 50 años.

En este nuevo Bond que muestra la apariencia dura de Daniel Craig todo ha cambiado para que todo siga igual. Se mantienen por supuesto la presentación de esos tics de nuestra cultura de masas, pero se hace desde una mirada más contemporánea que convierte a Craig en la perfecta traducción del icono que fue el primer Bond, Sean Connery, para los ojos de los hombres y las mujeres de su época: un invencible hombre de acción que se mueve como pedro por su casa por entre lo mejor que nuestra sociedad opulenta puede ofrecer a los más privilegiados de sus integrantes... Pero el mundo ha cambiado y Bond también incorporando, por ejemplo, un físico poderoso, maquinal y casi perfecto, que suma a todos los tics el de lal forma física y del culto al cuerpo, pequeños detalles que Brosnan el anterior Bond no reunía aún y que tienen que ver con una mayor fisicidad que redunda en el mayor peso de la acción en secuencias cada vez más espectaculares y que traduce mucho más el personaje de  Bond para los ojos del espectador estándar del cine comercial actual

Bien es cierto que esa fisicidad que no tenían ni Dalton ni Connery ni Brosnan ni por supuesto Moore es mucho mayor en las dos primeras películas que en ésta, Skyfall, donde la franquicia cumple 50 años, una edad que siempre invita a la retrospectiva y, en este sentido, la película añade a su fórmula de entretenimiento habitual un intento de ahondar en las raíces del personaje permitiendo que el espectador eche una mirada por el ojo de la cerradura de la habitación más privada y secreta de Bond.

El planteamiento es esquemático, pero suma en un mecanismo engrasado que funciona beneficiándose además del talento plástico del director Sam Mendes para construir imágenes atractivas como las que rebosan la secuencia del rascacielos en Shangay o la magnífica entrada en el casino de Macao... Poco más puede añadir un director a una película de Bond que seguro que funcionan ya por si solas y en este sentido el talentoso Mendes optimiza sus posibilidades porque el guión tampoco le permite demasiadas ocasiones para dar profundidad y matiz a la dirección de actores, otro de sus talentos, en las escenas que desarrollan esa habitación privada y secreta de Bond.

El resultado es un producto ganador... que además gana prolongando la vida de la saga con lo que ya es la incontestable realidad una nueva salud de hierro.



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