Pesa la mañana como el plomo,
a discreción grisea y empapa
el abandonado desorden de tu piel,
mientras recuerdas la alegría con nostalgia,
como si fuese un ajeno otro
el que la hubiera sentido entre sus brazos
hace ya demasiado tiempo,
en otra galaxia lejana de poderoso sol.
Y, aunque nunca es lo suficientemente pronto,
tienes la ineludible impresión de que en el fondo
siempre es ya demasiado tarde para casi todo.
Con los ojos aún cerrados
intentas encontrar en el armario
algún sueño presentable con que vestir
la delgadez hambrienta de tu cuerpo.
No quieres salir una vez más a la calle
como ese Dios,
que parece no existir para nadie,
te trajo al mundo:
descalzo y desnudo,
con una leve tendencia inevitable
hacia lo incierto.
a discreción grisea y empapa
el abandonado desorden de tu piel,
mientras recuerdas la alegría con nostalgia,
como si fuese un ajeno otro
el que la hubiera sentido entre sus brazos
hace ya demasiado tiempo,
en otra galaxia lejana de poderoso sol.
Y, aunque nunca es lo suficientemente pronto,
tienes la ineludible impresión de que en el fondo
siempre es ya demasiado tarde para casi todo.
Con los ojos aún cerrados
intentas encontrar en el armario
algún sueño presentable con que vestir
la delgadez hambrienta de tu cuerpo.
No quieres salir una vez más a la calle
como ese Dios,
que parece no existir para nadie,
te trajo al mundo:
descalzo y desnudo,
con una leve tendencia inevitable
hacia lo incierto.
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