lunes, marzo 18, 2013

THE FOG OF WAR

Es una buena metáfora.

The fog of war... La niebla de la guerra.... Una buena metáfora con la que designar de una manera bastante poética esas zonas oscuras del ejercicio del poder. Las sucias y escondidas salas de máquinas de la historia, donde el bien y el mal se confunden para convertirse en medios a través de los cuales conseguir un determinado fin.

En esta niebla se refugia Robert McNamara, personalidad esencial de la politica exterior estadounidense de la segunda postguerra mundial y lo hace ante el espectador en este magnífico documental, ganador del oscar 2003.

El documental recorre la vida de Robert McNamara, un tecnócrata con una trayectoria personal muy interesante. Responsable de la mejora en le eficiencia de los bombardeos de la fuerza aérea norteamericana durante la II Guerra Mundial, especialmente de la devastación criminal de las ciudades japonesas con el demoledor uso de las bombas incendiarias, sus decisiones posteriormente en la empresa privada relacionadas con el marketing y la producción de la industria automovilística que le llevóa a ser el primer presidente de la Ford Motor Company que no formaba parte de la familia Ford y lo que es el aspecto más esencial de su vida: su nombramiento como Secretario de Estado de Defensa que le llevó a servir a su país bajo los mandatos de los presidentes Kennedy y Johnson, situación que le llevó a ser el rostro visible ante sus compatriotas y el mundo de la Guerra del Vietnam.

Acompañado de un extraordinario material audiovisual combinado y presentado con mucho talento, McNamara se presenta sólo y ante la cámara, dispuesto a compartir intimamente con el espectador, ya en su vejez, las principales conclusiones de toda su vida. Esa experiencia se resume en once lecciones que McNamara va desgranando conforme el documental va repasando su trayectoria biográfica.

Sin dejar de lado los aspectos más espinosos: los bombardeos del Japón, el ataque al destructor Maddox que justificó la entrada de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y la propia gestión de la guerra, Robert McNamara busca compartir con el espectador su punto de vista, una perspectiva que es la del hombre que ha vivido muchos años dentro de esa niebla de la guerra.

En este sentido McNamara aborda con franqueza su gestión, reconociendo incluso errores como la falsedad del ataque al destructor Maddox haciendo un repaso bastante critico de toda esa trayectoria, repaso que deja dos momentos de acojonante y cruda franqueza que están relacionados como anécdota y categoría.

El primero de ellos es la anecdota y tiene que ver con la campaña de bombardeos incendiarios que devastó el 60% de todas las ciudades del japón, hechas predominantemente con madera. McNamara abiertamente comenta que, d ehaber perdido la guerra, no le cabe la menor duda de que habría sido juzgado como criminal de guerra.

El segundo de ellos es la categoría y como consecuencia global de su gestión de la guerra del Vietnam.. bombardeos masivos, agente naranja. Una categoría expresada como pregunta: ¿Cuánto mal hay que estar dispuesto a hacer para conseguir el bien? Pregunta que McNamara lanza directamente a la cámara, sin contemplaciones, como una de las bombas que ordenó lanzar.

En definitiva, The fog of war es un documental magnífico que ofrece al espectador la oportunidad de escuchar la visión de un hombre de estado que no dudó en llevar hasta el extremo su desempeño en beneficio de la nación a la que servía.

Y quizá lo más sobrecogedor sea la pregunta que McNamara nunca plantea pero que flota a lo largo del documental y que tiene que ver con la necesidad de hacer el mal para conseguir el bien, pregunta que McNamara tácitamente responde de una manera afirmativa, como si la política fuese una actividad que a la larga corrompiese necesariamente al ser ese reino de la necesidad y la supervivencia donde la moral no siempre tiene el recorrido que debiera tener.

Como dice el viejo refrán, para hacer tortillas hay que romper huevos... y McNamara rompió unos cuantos y lo mejor del documental es que, de la ruptura de algunos ellos, el viejo secretario de estado se siente en su vejez culpable.

Y de todo modo, las preguntas que se formula McNamara resumen buena parte de la moralidad del siglo XX.

Brillante.


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