L'APOLLONIDE
Me entusiasma L'Apollonide.
Hay mucha nostalgia en esta nueva propuesta de Bertrand Bonello, un tipo a seguir sin duda alguna.
L'Apollonide es una historia coral de mujeres que ponen sus cuerpos a la orden de hombres en un burdel parisino de la belle epoque.
Y como no suele ser de otra manera esa nostalgia siempre lo es de un sueño porque las cosas nunca sucedieron como se recuerdan.
Y si se mira bien hay algo parsimonioso, profundo y onírico en esta maravillosa L'Apollonide: desde el modo en que las prostitutas se deslizan silenciosas y agotadas por los pasillos hasta la manera tranquila y sosegada con que aceptan los azares y las necesidades que les impone el destino.
Pero, y para mi gusto, la nostalgia del burdel es solamente la superficie de la historia porque por debajo late otra nostalgia más relevante. Y en este sentido no es casualidad que la película suceda durante la belle-epoque: probablemente el momento culminante de la propuesta de estilo de vida de la burguesía, un segundo antes de que las masas irrumpiesen en aquella fiesta con su imperiosa demanda de justicia.
Y no es casualidad porque L'Apollonide también desarrolla de manera inteligente la nostalgia de una utopía, la del estilo de vida burgués: el respeto por las formas, la generación de un espacio común para debatir en "civilitá", la confortabilidad, la asunción del propio lugar en la estructura social, el respeto de todos con todos desde la asunción de esa realidad social orgánica.
No es el sexo, un clásico punto de observación desde el que abordar el fenómeno de lo burgués, sino esa situación social de urbanidad, transparentándose en todo momento y en cada plano, la que a mi entender, inviste de esa extraña e inexplicable magia fascinante a L'Apollonide. Opresores, sin saber que oprimen, y oprimidos, sin saber que son oprimidos, coinciden por los salones y pasillos del burdel. Todos aceptando la situación en que se encuentran como natural y moviéndose a la espera de la oportunidad, animados por el propio interés: los unos, que ya cuentan con lo material de su parte, de realizar una fantasía imaginaria y las otras, sin medios de subsistencia, buscando una estabilidad material a costa de objetivarse en un elemento esencial de ese escenario de fantasía imaginaria.
No hay sentido de la justicia.
Y por lo tanto no hay cuestionamientos, en todo caso sólo lamentaciones por los trenes que se van, por las ocasiones perdidas, incluso por el destino fatal o la suerte esquiva.
Y en este sentido la perversidad de L'Apollonide volvería loco de placer al mismísimo Marqués de Sade. Sólo la posibilidad de imaginar un mundo en el que los desfavorecidos acepten su condición sin rechistar y los favorecidos ejecuten su poder sin demasiados excesos y con criterios paternales resulta de lo más inquietante.
Esa paz resultante del hecho de que el opresor no apriete en exceso y el oprimido acepte ser apretado, esos silencios que sólo son fruto del cansancio, esas sonrisas que no llevan nada dentro se convierten en un envenenado caramelo.
El mundo sería un lugar maravilloso si las víctimas se olvidasen de esa su esencial condición... Si decidiesen, como las prostitutas que protagonizan la historia, aceptar la esclavitud precisamente para ser libres.
La prostitución como metáfora esencial para expresar la opresión.
Ellos siempre nos han querido muy putas. Ese es su sueño.
Obra maestra.
Me entusiasma L'Apollonide.
Hay mucha nostalgia en esta nueva propuesta de Bertrand Bonello, un tipo a seguir sin duda alguna.
L'Apollonide es una historia coral de mujeres que ponen sus cuerpos a la orden de hombres en un burdel parisino de la belle epoque.
Y como no suele ser de otra manera esa nostalgia siempre lo es de un sueño porque las cosas nunca sucedieron como se recuerdan.
Y si se mira bien hay algo parsimonioso, profundo y onírico en esta maravillosa L'Apollonide: desde el modo en que las prostitutas se deslizan silenciosas y agotadas por los pasillos hasta la manera tranquila y sosegada con que aceptan los azares y las necesidades que les impone el destino.
Pero, y para mi gusto, la nostalgia del burdel es solamente la superficie de la historia porque por debajo late otra nostalgia más relevante. Y en este sentido no es casualidad que la película suceda durante la belle-epoque: probablemente el momento culminante de la propuesta de estilo de vida de la burguesía, un segundo antes de que las masas irrumpiesen en aquella fiesta con su imperiosa demanda de justicia.
Y no es casualidad porque L'Apollonide también desarrolla de manera inteligente la nostalgia de una utopía, la del estilo de vida burgués: el respeto por las formas, la generación de un espacio común para debatir en "civilitá", la confortabilidad, la asunción del propio lugar en la estructura social, el respeto de todos con todos desde la asunción de esa realidad social orgánica.
No es el sexo, un clásico punto de observación desde el que abordar el fenómeno de lo burgués, sino esa situación social de urbanidad, transparentándose en todo momento y en cada plano, la que a mi entender, inviste de esa extraña e inexplicable magia fascinante a L'Apollonide. Opresores, sin saber que oprimen, y oprimidos, sin saber que son oprimidos, coinciden por los salones y pasillos del burdel. Todos aceptando la situación en que se encuentran como natural y moviéndose a la espera de la oportunidad, animados por el propio interés: los unos, que ya cuentan con lo material de su parte, de realizar una fantasía imaginaria y las otras, sin medios de subsistencia, buscando una estabilidad material a costa de objetivarse en un elemento esencial de ese escenario de fantasía imaginaria.
No hay sentido de la justicia.
Y por lo tanto no hay cuestionamientos, en todo caso sólo lamentaciones por los trenes que se van, por las ocasiones perdidas, incluso por el destino fatal o la suerte esquiva.
Y en este sentido la perversidad de L'Apollonide volvería loco de placer al mismísimo Marqués de Sade. Sólo la posibilidad de imaginar un mundo en el que los desfavorecidos acepten su condición sin rechistar y los favorecidos ejecuten su poder sin demasiados excesos y con criterios paternales resulta de lo más inquietante.
Esa paz resultante del hecho de que el opresor no apriete en exceso y el oprimido acepte ser apretado, esos silencios que sólo son fruto del cansancio, esas sonrisas que no llevan nada dentro se convierten en un envenenado caramelo.
El mundo sería un lugar maravilloso si las víctimas se olvidasen de esa su esencial condición... Si decidiesen, como las prostitutas que protagonizan la historia, aceptar la esclavitud precisamente para ser libres.
La prostitución como metáfora esencial para expresar la opresión.
Ellos siempre nos han querido muy putas. Ese es su sueño.
Obra maestra.
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