Dirigida en 1980 por Louis Malle, "Atlantic City" es una película que constantemente se mueve entre lo sublime y lo abyecto.
"Atlantic City" nos muestra una ciudad en trance de evolución, de cambio de piel y en este sentido las demoliciones de viejos edificios y las construcciones de nuevos se convierten en parte del paisaje donde suceden las historias de una serie de personajes que habitan los callejones y las puertas de atrás de los casinos.
De carácter eminentemente coral, la película se vertebra en torno a las historias de Lou (Burt Lancaster), un gangster de poca monta que se siente atraído por Sally (Susan Sarandon), su vecina aspirante a croupier.
Ambos representan los dos polos en que se mueve la historia: la melancolía desesperada por un tiempo pasado, no siempre recordado tal y como fue y del que el presente es una decepcionante consecuencia y la desesperación angustiosa por encontrar una posibilidad de escape hacia una vida mejor.
En cualquier caso, la desesperación es un protagonista esencial en "Atlantic City".
La desesperación por no haber existido de manera satisfactoria y la desesperación por intentar existir de la manera que se quiere. Y, en este sentido, Lou y Sally personifican ambo extremos, entre edificios abandonados o demolidos y edificios en nueva construcción como metáforas silenciosas de las desesperaciones que vemos.
Otro protagonista esencial de "Atlantic City" es el dinero convertido en mágico demiurgo capaz de transformar la mentira en verdad y el deseo en realidad, permitiendo que esa desesperación se desvanezca como un mal sueño.
El dinero es el agente desencadenante del drama que sacude las existencias de los personajes que habitan "Atlantic City".
Y es en todo este escenario que he descrito donde la película se mueve, como he comentado al principio de esta reseña, con acierto entre lo abyecto y lo sublime.
La abyección entre dejarse llevar por la pasión y lo sublime de la renuncia a la misma.
"Atlantic City" encuentra un maravilloso punto medio en su sublime final.
Brillante.
"Atlantic City" nos muestra una ciudad en trance de evolución, de cambio de piel y en este sentido las demoliciones de viejos edificios y las construcciones de nuevos se convierten en parte del paisaje donde suceden las historias de una serie de personajes que habitan los callejones y las puertas de atrás de los casinos.
De carácter eminentemente coral, la película se vertebra en torno a las historias de Lou (Burt Lancaster), un gangster de poca monta que se siente atraído por Sally (Susan Sarandon), su vecina aspirante a croupier.
Ambos representan los dos polos en que se mueve la historia: la melancolía desesperada por un tiempo pasado, no siempre recordado tal y como fue y del que el presente es una decepcionante consecuencia y la desesperación angustiosa por encontrar una posibilidad de escape hacia una vida mejor.
En cualquier caso, la desesperación es un protagonista esencial en "Atlantic City".
La desesperación por no haber existido de manera satisfactoria y la desesperación por intentar existir de la manera que se quiere. Y, en este sentido, Lou y Sally personifican ambo extremos, entre edificios abandonados o demolidos y edificios en nueva construcción como metáforas silenciosas de las desesperaciones que vemos.
Otro protagonista esencial de "Atlantic City" es el dinero convertido en mágico demiurgo capaz de transformar la mentira en verdad y el deseo en realidad, permitiendo que esa desesperación se desvanezca como un mal sueño.
El dinero es el agente desencadenante del drama que sacude las existencias de los personajes que habitan "Atlantic City".
Y es en todo este escenario que he descrito donde la película se mueve, como he comentado al principio de esta reseña, con acierto entre lo abyecto y lo sublime.
La abyección entre dejarse llevar por la pasión y lo sublime de la renuncia a la misma.
"Atlantic City" encuentra un maravilloso punto medio en su sublime final.
Brillante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario