La
ciudad está llena de oficinistas que,
con
puntualidad de ropa limpia,
andan,
corren,
caminan las calles y las plazas,
incluso
alguna vez tropiezan
y se
extravían.
Recién
lavados y peinados
incansablemente
porfían
en un
desconcertado entramado
de
destinos frágiles,
eternamente
en tránsito,
casi
siempre malogrados
si uno
se detiene a comparar
realidad con deseo,
lo que
se quiere con lo que se tiene,
lo que
debiera ser con lo que está siendo.
Destinos
que suceden frágiles
bajo un
mismo sol de cada día
que bajo ningún concepto
pueden
permitirse disfrutar,
gravemente
ocupados como están
en el siempre difícil y desagradecido
oficio
de continuar siendo ciertos,
siquiera lo suficiente como para superar
el inapelable
examen crítico de cada espejo
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