lunes, septiembre 02, 2013

Kwaidan

Descubro con sorpresa que los cuatro relatos que componen esta obra maestra del japonés Masaki Kobasahi, uno de los grandes de la segunda fila de maestros del cine japonés, están extraídos de la obra literaria de Lefcadio Hearn, escritor de origen greco-irlandés que acabó siendo japonés, cambiando su nombre y adoptando la nacionalidad japonesas.

Resulta fascinante que un greco-irlandés haya conseguido parecer tan japonés a los japoneses como para que ellos destaquen su obra como referente en lo que a historias de fantasmas se refiere, un género además muy propio, muy relacionado con el acervo del Japón tradicional. Y por supuesto con la religión primordial de las islas, el Sintoismo, que venera a las deidades del cielo y la tierra siendo una suerte de complejo y evolucionado animismo que dota de entidad propia a todos los elementos de la naturaleza, los Kami.

En ese fértil terreno simbólico en que el Sintoismo convierte todo lo que rodea la vida del japonés crecen las historias de fantasmas animadas siempre por un sentido moral que las dota de una profundidad y belleza sin igual. Un componente moral que no pasa desapercibido en ninguna de las cuatro historias que componen esta mágica y hermosa "Kwaidan", siendo la fuente de su tensión dramática.

Lo primero que hay que decir que la tensión y el miedo están ausentes en esta película al menos en el sentido en el que estamos acostumbrados a entender una historia de fantasmas. Debido precisamente a su carácter moral, el miedo es siempre la inevitable consecuencia de una conducta que los fantasmas terminan produciendo por efecto de un disgusto, de una acción reprobable por la que se sienten ofendidos, maltratados o traicionados.

Si bien es cierto que no están vivos en el sentido en que manejamos el concepto vivir, los fantasmas están vivos a su manera, conviven con los humanos en el mundo siguiendo sus propios intereses, necesidades, gustos y disgustos. Y es de está mágica e imposible interacción donde los cuentos de fantasmas extraen toda su tensión narrativa.

Con maneras plásticas expresionistas de gran belleza que se convierten en antecedentes de planteamientos llevados a cabo por el último Kurosawa, Kobayashi construye una película fascinante de la que, para mi gusto, es culminación la historia llamada "El Hombre sin orejas" protagonizada por el sin par Takashi Shimura.

En ella, un monje ciego, virtuoso del canto y del laúd, es llamado todas las noches por los fantasmas de unos señores feudales muertos en una batalla antigua y primigenia.

No cuento más.

Como parte de la realidad que son, los fantasmas también cuentan.

"Kwaidan" es una de esas películas olvidadas, esperando ser descubiertas.

Obra maestra.





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