No es ninguna tontería lo que nos cuenta esta película coreana del 2003.
Basada en hechos reales, "Memories of murder" nos narra con maestría la imposibilidad por parte de un equipo policial de atrapar a un asesino en serie en la Corea del Sur rural de la década de los 80 del siglo pasado.
Está claro que el responsable de la historia comparte el significado de una de las más famosas frases shakesperianas, esa que dice que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido. Porque, y después de todo, el esfuerzo de la investigación policial siempre es un esfuerzo por encontrar un relato, un sentido a lo sucedido que además tenga un valor referencial y por lo tanto un valor de verdad.
En este sentido, los malos policías se conorman con un relato, cualquier relato que resulte verosimil, mientras los buenos buscan el relato con valor referencial, dominar el desorden encontrando ese especial tipo de orden que llamamos verdad.
Y si algo se impone a lo largo de "Memories of murder" es lo que podríamos llamar el inflexible rigor del caos, una suerte de sobrecogedora ilógica compuesta de errores, azares, inoportunidades e incompetencias que termina por hacer imposible para la policía la identificación del asesino y bajo cuyo manto, irónicamente, un loco encuentra protección.
Pero la película no se queda ahí porque en ese proceso de fracaso las identidades de los dos policías protagonistas sufrirán una transformación que les llevará a, con el tiempo, convertirse en casi sus opuestos en una suerte de proceso similar al que sufren Don Quijote y Sancho como resultado de sus aventuras en los caminos.
Las personalidades se intercambiarán, transformándose el rudo e impulsivo en racional y calculador y viceversa. En este sentido, la película vehícula aún más ironía relativizando el carácter y convirtiéndo su evolución en una especie de inevitable hartazgo como consecuencia de una misma manera de colisionar frente al sinsentido.
Hay mucha inteligencia en el enfoque de esta historia real, inteligencia que observa con una sonrisa la inevitable tendencia a la entropía de todo sistema ordenado, planteando con genialidad el absurdo épico que siempre entraña la búsqueda de un sentido (que, al fin y al cabo, no deja de ser un tipo de orden) en una realidad que constantemente muta, que constantemente se descompone.
A veces es posible... pero a veces no y entonces, cuando nuestra mejor habilidad para desenvolvernos en el medio hostil no funciona, nos quedamos desconcertados y a oscuras, tan desamparados como en el brillante plano final que culmina la película como una bufa y punzantemente dolorosa corona de espinas.
Por todo ésto, "Memories of murder" ocupa un lugar privilegiado en el Olimpo de mis películas favoritas.
Imprescindible obra maestra.
Basada en hechos reales, "Memories of murder" nos narra con maestría la imposibilidad por parte de un equipo policial de atrapar a un asesino en serie en la Corea del Sur rural de la década de los 80 del siglo pasado.
Está claro que el responsable de la historia comparte el significado de una de las más famosas frases shakesperianas, esa que dice que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido. Porque, y después de todo, el esfuerzo de la investigación policial siempre es un esfuerzo por encontrar un relato, un sentido a lo sucedido que además tenga un valor referencial y por lo tanto un valor de verdad.
En este sentido, los malos policías se conorman con un relato, cualquier relato que resulte verosimil, mientras los buenos buscan el relato con valor referencial, dominar el desorden encontrando ese especial tipo de orden que llamamos verdad.
Y si algo se impone a lo largo de "Memories of murder" es lo que podríamos llamar el inflexible rigor del caos, una suerte de sobrecogedora ilógica compuesta de errores, azares, inoportunidades e incompetencias que termina por hacer imposible para la policía la identificación del asesino y bajo cuyo manto, irónicamente, un loco encuentra protección.
Pero la película no se queda ahí porque en ese proceso de fracaso las identidades de los dos policías protagonistas sufrirán una transformación que les llevará a, con el tiempo, convertirse en casi sus opuestos en una suerte de proceso similar al que sufren Don Quijote y Sancho como resultado de sus aventuras en los caminos.
Las personalidades se intercambiarán, transformándose el rudo e impulsivo en racional y calculador y viceversa. En este sentido, la película vehícula aún más ironía relativizando el carácter y convirtiéndo su evolución en una especie de inevitable hartazgo como consecuencia de una misma manera de colisionar frente al sinsentido.
Hay mucha inteligencia en el enfoque de esta historia real, inteligencia que observa con una sonrisa la inevitable tendencia a la entropía de todo sistema ordenado, planteando con genialidad el absurdo épico que siempre entraña la búsqueda de un sentido (que, al fin y al cabo, no deja de ser un tipo de orden) en una realidad que constantemente muta, que constantemente se descompone.
A veces es posible... pero a veces no y entonces, cuando nuestra mejor habilidad para desenvolvernos en el medio hostil no funciona, nos quedamos desconcertados y a oscuras, tan desamparados como en el brillante plano final que culmina la película como una bufa y punzantemente dolorosa corona de espinas.
Por todo ésto, "Memories of murder" ocupa un lugar privilegiado en el Olimpo de mis películas favoritas.
Imprescindible obra maestra.
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