En este mundo regido por la superficialidad de las imágenes hay que tener mucho cuidado con ellas.
Una buena mala imagen puede matarte y todos lo saben.
Un último ejemplo es el acuerdo que el presidente Ucraniano Yanukovich ha firmado con los opositores para celebrar elecciones anticipadas.
No es casualidad.
Las imágenes de esos ciudadanos ucranianos apenas armados siendo derribados por disparos de francotiradores han hecho más daño que ninguna otra arma.
Una de esas buenas malas imágenes valen mas que todas las palabras que puedan ser dichas para explicarlas o para enmarcarlas en un contexto más equilibrado de valoración, especialmente en un mundo como el nuestro no especialmente interesado en los matices del saber y que prefiere, en un tic de barbarie pre-civilizada, subsumir la posible realidad en la experiencia sumaria de un relato mítico de buenos y malos en el que todo tiene sentido y su lugar.
En este tipo de mundo esas imágenes derrotan porque en un instante definen quienes son los buenos, los que sufren, y quienes son los malos, los que hacen sufrir ajustándose a una escenografía que reproduce el mito del bien enfrentándose al mal.
Así, podemos zanjar este tema rápidamente y pasar al siguiente que candente espera el juicio superficial de nuestra mirada de turista que sobre la realidad los medios de comunicación nos proporcionan.
Así, y en un segundo, en el tiempo que tarda un valiente opositor a Yanukovich en caer al suelo con la cabeza reventada se decide la totalidad del asunto.
No hay lugar para los matices en la rotundidad descarnada de ese espectáculo.
Es exactamente lo que parece. Se trata de un acto brutal ejercido por un bruto, pero es mucho má. También es una parte entre cientos de partes que automáticamente, en efecto metástasis, contamina esa totalidad de la que forma parte con la rotundidad infecciosa de su inequívoca especificidad.
Las guerras ya no precisan de la fisicidad... Se han virtualizado. Han pasado a la economía, pero también a las imágenes.
Y en esta guerra de las imágenes toda victoria pasa por, desde la aproximación fragmentaria que supone el encuadre para fotografiar o grabar, ocupar la mítica posición escenográfica del héroe.
Lo que queda fuera del campo no existe. Es mas, si hay imagen, a nadie ya le importa.
Una buena mala imagen puede matarte y todos lo saben.
Un último ejemplo es el acuerdo que el presidente Ucraniano Yanukovich ha firmado con los opositores para celebrar elecciones anticipadas.
No es casualidad.
Las imágenes de esos ciudadanos ucranianos apenas armados siendo derribados por disparos de francotiradores han hecho más daño que ninguna otra arma.
Una de esas buenas malas imágenes valen mas que todas las palabras que puedan ser dichas para explicarlas o para enmarcarlas en un contexto más equilibrado de valoración, especialmente en un mundo como el nuestro no especialmente interesado en los matices del saber y que prefiere, en un tic de barbarie pre-civilizada, subsumir la posible realidad en la experiencia sumaria de un relato mítico de buenos y malos en el que todo tiene sentido y su lugar.
En este tipo de mundo esas imágenes derrotan porque en un instante definen quienes son los buenos, los que sufren, y quienes son los malos, los que hacen sufrir ajustándose a una escenografía que reproduce el mito del bien enfrentándose al mal.
Así, podemos zanjar este tema rápidamente y pasar al siguiente que candente espera el juicio superficial de nuestra mirada de turista que sobre la realidad los medios de comunicación nos proporcionan.
Así, y en un segundo, en el tiempo que tarda un valiente opositor a Yanukovich en caer al suelo con la cabeza reventada se decide la totalidad del asunto.
No hay lugar para los matices en la rotundidad descarnada de ese espectáculo.
Es exactamente lo que parece. Se trata de un acto brutal ejercido por un bruto, pero es mucho má. También es una parte entre cientos de partes que automáticamente, en efecto metástasis, contamina esa totalidad de la que forma parte con la rotundidad infecciosa de su inequívoca especificidad.
Las guerras ya no precisan de la fisicidad... Se han virtualizado. Han pasado a la economía, pero también a las imágenes.
Y en esta guerra de las imágenes toda victoria pasa por, desde la aproximación fragmentaria que supone el encuadre para fotografiar o grabar, ocupar la mítica posición escenográfica del héroe.
Lo que queda fuera del campo no existe. Es mas, si hay imagen, a nadie ya le importa.
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