jueves, marzo 27, 2014

Violencia

Ahora resulta que el problema son los radicales y la violencia excesiva en los incidentes al final de las marchas de la dignidad.

Tenemos dos millones de personas en hogares sin ningún ingreso y qué esperamos que suceda.

La situación social es cada vez más un polvorín.

Tiene que serlo en una sociedad abierta y sana.

Un polvorín sobre el que además se ha prendido la yesca de una sospechosa mala gestión de la intervención policial... algo así como intentar apagar un fuego con gasolina que tiene una hoja de ruta clara: primero, convocar la violencia y luego, ante su imagen, envolverse en una plana moral de fiesta de guardar para escadandalizarse y finalmente anatemizar a todo aquel que no la condene.

Todo un asqueroso tour de formalidad realizado sentado a horcajadas sobre un país que es el de mayor crecimiento de desigualdades en Europa y el segundo en pobreza infantil.

Seamos consecuentes.

Si las cosas no se arreglan tienen que ir a peor porque las personas no se resignan a su suerte. No somos así. No nos morimos de hambre en silencio, sin protestar, sin intentar quitar el pan de la boca al que lo tiene. Los humanos somos así. Nos volvemos animales cuando nos poseen sentimientos como la ira o la desesperación.

No es extraño que se produzcan actitudes violentas en los extremos de la campaña de Gauss de los desheredados.

Lo extraño es que no exista más violencia en las calles de este país.

Lo extraño es que nunca se hable de la silenciosa y pasivo agresiva violencia estructural y sin embargo se hablé de una respuesta salvaje en el civilizado marco de un estado de derecho.

¿Para qué sirve el estado de derecho a aquellos que no tienen nada que comer?

Para poco.

Si acaso para hablar de un futuro de mejora y salvación en contraste con un presente terminal y oscuro que parece prolongarse demasiado, hasta ese futuro del que se habla confiadamente tiñendo lo de oscuro.

El estado de derecho cada vez más existe para protegernos a nosotros, los que no va mejor, de ellos y de su desgracia.

Y entender todo ésto desde la violencia y la criminalización de quienes la ejercen, como si todo no fuese consecuencia de la desesperación, del sentimiento de agravio comparativo, com si la violencia fuese un acto caprichoso de una mente enferma, es entender la barbarie desde la barbarie. Eso sí. Una barbarie lavada y peinada, bien vestida, rebosante de medidas palabras como una siniestra piñata de cordura.

Todo va bien o nunca es para tanto.

Nada justifica ponerse así.

Tenemos modos y mecanismos, canales y vías, dispositivos de escucha y lugares para ser escuchado.

Nunca hay razones para la violencia remitiendo hipócritamente a los marginados que recurren a ella a un sistema que ya los ha vomitado.

O mejor hagamos algo mejor: metamos a todos ellos los bajo la alfombra y construyamos otro centro comercial sobre ella.

Porque nunca es para tanto... si te va bien en la lotería del día a día del capitalismo de consumo.

Hay mucha hipocresía y donde no hay negación, a estas alturas de la película, ya hay maldad.

Necesitamos mucha más cordura, la suficiente para mirar cara a cara a nuestro locura.

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