viernes, marzo 14, 2014

Sherlock

Sorpendente.

En su tercera temporada, la adaptación al tiempo presente de las aventuras de los personajes creados por el británico Sir Arthur Conan Doyle a principios del siglo XX vuelve a rizar el rizo desde el talento.

He escrito adaptación, pero esta serie ofrece mucho más.

Ofrece uno de los mejores ejemplos que recuerdo de traslación temporal de unos personajes de ficción, que mantienen una personalidad característica que es traducida a los diferentes modos y maneras de entender las cosas propios de nuestra época.

Sin duda, este es uno de los principales valores de esta serie que, como a los personajes que la protagonizan, procesa y evoluciona el famoso y estereotípico sello de calidad de las producciones televisivas de la BBC.

Cualidad incuestionable que sin duda se debe a los guiones que el actor y director Mark Gatiss, que por cierto interpreta a Mycroft Holmes en la serie, firma de una manera impecable.

Y sin duda, este esfuerzo tampoco sería posible de la manera tan excepcional en que lo es sin la carismática y talentosa participación de los actores Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, ambos centralizan en torno a su estar buena parte del atractivo que presenta la serie haciendo perfectamente creíbles sus personajes siempre equidistantes de dos mundos: uno pasado del que extraen su esencia y otro presente en el que la expresan de manera específica y adaptada a la época.

En este sentido, y siendo conscientes de este activo sencial, los inteligentes creadores de esta serie han decidido que esta tercera temporada gire precisamente sobre la relación de amistad que mantienen los dos personajes. Y en ésto Sherlock se mantiene en su línea de resultar sorprendente... para bien.

Sherlock propone esta tercera vez un planteamiento que no descansa sobre los misteriosos casos que el detective y su inseparable amigo deben resolver, sino que los utiliza como acelerante para expresar a través de ellos una relación de amistad en la que Gatiss opta con brillantez por describir esas zonas indeterminadas de la amistad en la que el afecto puede tener diversos nombres según la perspectiva del observador.

El resultado, haciendo equilibrios algunas veces entre lo sublime y el ridículo, termina funcionando liberando a los dos personajes de la tiranía de los renglones escritos por Conan Doyle y permitiendo que se desplacen en el blanco e indeterminado espacio interlineal donde todo es posible.

Las ataduras se rompen definitivamente y tanto Holmes como Watson aparecen preparados para ser contados en cualquier historia y no sólo en las mismas de siempre... incluso un drama romántico.

Altamente recomendable.

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