Un poco
de veneno en los labios no es malo.
Todo lo
contrario.
Viene
bien para mantener la cordura
entre
tanto sueño intempestivo
que merodea
en jauría
el
exterior de nuestra seriedad;
esa cordura
gris,
de perfectamente
lavada y planchada etiqueta,
que es condecorada
consecuencia del esfuerzo de toda una vida
consagrada
a la -al parecer-
inevitable necesidad de ser formal
para ser cierto;
cordura que
palidece cuando, de vez en cuando,
sale el sol como
nunca lo ha hecho,
sorprendente,
para calcinarlo
todo
echando
por tierra todo ese esfuerzo de grisura
cuando, con su invisible mano fulgurante,
de un
manotazo derriba el calculado castillo de naipes
de altas torres y espesos muros
y todo
estalla en colores de insondable profundidad
y, manchado de toda esa vida,
como recién despierto,
alguien
nos mira al otro lado del espejo
con
nuestros propios ojos
pero
sin reconocernos...
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