sábado, junio 28, 2014

Hannibal

No esperaba demasiado de esta serie que recoge, en teoría, los primeros pasos de ese pavoroso criminal imaginario llamado Hannibal Lecter.

En concreto estaba interesado en ver la manera en que un actor tan inteligente y dúctil a la hora de expresar la violencia como Mads Mikelsen habría afrontado un personaje tan icónico del thriller cinematográfico.

Pero tengo que confesar que, aunque Mikelsen no me ha decepcionado, la serie en la que inscribe su personaje ofrece mucho más.

Hannibal presenta una atmósfera oscura y morbosa en cuyo seno se muestra al espectador el desarrollo de una relación sadomasoquista, la relación que Hannibal Lecter establece con Will Graham, un agente del FBI que con su terrible talento empático se convierte en un fascinante enigma para el psiquiatra psicópata quién precisamente se mueve en el entorno opuesto: la total y absoluta falta de empatía.

En este sentido, la serie combina tramas puntuales que pueden abarcar un capítulo o varios centradas en la persecución de asesinos en serie en el noreste de los Estados Unidos, persecución que lleva a cabo el equipo del FBI que comanda el agente Crawford (Laurence Fishburne) y del que Graham forma parte. Pero también "Hannibal" ofrece una trama troncal, que se desarrolla de manera brillante a lo largo de los trece capítulos que conforman la primera temporada y en la que Lecter como superpredador que es va construyendo una tela de araña en torno a Graham convirtiéndole, sin querer o queriendo, en la más destacada de sus victimas.

Así, y con motivo de un tema clásico como es la atracción entre los opuestos, "Hannibal" ejecuta un perverso juego de caza en el que, poco a poco, y conforme el cerco investigador se cierne entorno a Lecter, éste convierte a Graham en su víctima.

Esas capacidades empáticas que hacen de Graham una personalidad disfuncional y lindante con la locura le convierten también a ojos de Lecter en el apetitoso y atractivo resumen de todas sus victimas pasadas, presentes y futuras, un interesante dilema que confunde al asesino en serie entre el afecto y ese congelado sentimiento habitual que el propio Lecter llama "curiosidad".

Un Lecter al que Mads Mikelsen otorga una sobrecogedora frialdad puntillosa que se manifiesta en la perfección que Lecter muestra, por ejemplo, en su vestir, así como en la pulcritud ostentosa de todo lo que le rodea, como si todo fuese un escaparate destinado a generar aceptación y a atraer del mismo modo en que las plantas carnívoras resultan atracticvas mientras atraen a sus victimas.

Por no hablar de esas escenas, tan espantosas por lo que uno se imagina, de las opíparas y cuidadas cenas que Lecter prepara en su casa para los invitados.

Cenas en las que uno sabe que la carne que se sirve es otro tipo muy prohibido de carne.

Muy Hitchcock todo.

Brillante.


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