domingo, junio 08, 2014

Madayayo

Madayayo cierra en 1993 la filmografía del maestro japonés Akira Kurosawa.

Por lo visto está basada en la vida de Hyakken Uchida un escritor y educador muy conocido en el Japón durante la segunda mitad del siglo XX,

La historia se inicia con la jubilación del protagonista como profesor y en una sucesión de escenas nos cuenta el modo en que Uchida va enfrentándose a la vejez.

Lo esencial de "Madayayo", lo que la convierte en la emocionante y tremenda obra maestra que es, es que convierte a la vejez en un territorio donde se enfrentan las ganas de vivir y de continuar haciendo cosas que siente Uchida con la cercanía de un final que, conforme va pasando el tiempo, cada vez se muestra más seguro e inevitable.

En este sentido, la palabra que da titulo a la película forma parte de un juego infantil que resume metafóricamente la actitud de Uchida y, por extensión, del propio Kurosawa. "Madayayo" significa "Todavía no" y es la palabra que el niño que está siendo buscado grita a los niños que lo buscan quienes a su vez le gritan si está preparado.

Y al final la vida es un juego del escondite en el que todos terminamos siendo encontrados con la muerte, pero mientras tanto el juego no se interrumpe.

En este sentido, "Madayayo" nos presenta a su protagonista  como un niño siempre ilusionado con las cosas, siempre entregado a la erótica de continuar disfrutando la vida, pero también, y ésto es lo que probablemente interese al nihilista Kurosawa, golpeado de cuando en cuando por ese lado menos luminoso de la existencia, el que tiene que ver con lo tanático, con la presencia del fin y de la muerte que es una de sus principales metáforas.

"Madayayo" dedica buena parte de sus esfuerzos a mostrarnos cómo la vida golpea a Uchida y, lo que es más importante, cómo éste se las arregla para mantenerse intacto, en esa prístina pureza casi infantil que le hace tan especial a los ojos de sus alumnos.

Resulta maravilloso el modo en que Kurosawa nos hace sentir el esfuerzo de ser Uchida en el mundo y la circunstancia que le toca vivir. Con un simple plano y contraplano Kurosawa lo consigue. Primero nos enfoca a Uchida en la puerta de su casa hablando de belleza y más tarde nos muestra lo que Uchida debe estar viendo mientras habla a sus alumnos: las terribles ruinas del Tokio demolido por los bombardeos norteamericanos.

Y supongo que para alguien tan shakesperianamente escéptico hacia la vida como Kurosawa, una existencia como la de Uchida, tan impermeable en su ilusión por vivir, tiene que resultar todo un misterio... pero, y al mismo tiempo, una actitud ejemplar ante la vida cuyo recuerdo no se debe perder.

Tiene mucho de épica el mantenerse siempre positivo, pensando en construir, en un universo donde, como dice la física, todo tiende lentamente a la entropía, al desorden, a la destrucción.

Obra maestra.

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