“Pero lo que enmudeció en las primeras décadas tras 1945, sofocada por el miedo apocalíptico de la bomba, fue la voz de la crítica elemental de la civilización. Los que elogiaban el milagro económico con sus montañas de mantequilla y sus despieces masivos no percibieron ni política ni emocionalmente que el bienestar de las llamadas naciones avanzadas sólo era posible gracias a una ingente aceleración de la obtención de recursos y mediante la expansión de un imperio energético y de materias primas global. Esta libertad frente al temor y la miseria se compró mediante la apropiación de los recursos de los vecinos más débiles y del futuro de nuestros hijos y nietos”.
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