sábado, octubre 11, 2014

La armada Brancaleone

Seguramente por sus evidentes componentes de seriedad y solemnidad el drama siempre ha sido considerado como el lugar propicio donde ventilar las grandes preguntas que nos hacemos los humanos.

Por contra la comedia nunca pareció el formato más adecuado. En todo caso, personajes de comedia como el bufón del teatro clásico español y shakesperiano aportaban al intento de responder a esas preguntas un necesario contrapunto humorístico que evitaba que el espectador olvidase que había pagado para ser entretenido y no importunado.

La necesidad del bufón fue meramente funcional, de compensación del mecanismo narrativo evitando hacerlo denso e inaccesible a según qué públicos, aspecto que le confirió un elemento de identificación con el público que buscaba relativizar a aquellos que sobre el escenario se dedicaban a joder la marrana haciéndose preguntas demasiado incómodas.

En este sentido, y desde la antigua Grecia, la comedia tuvo un carácter mucho más popular, asociado a temas mucho más cotidianos o, como máximo, dedicándose a relativizar y/o ridiculizar a aquellos que se dedicaban a cuestionar un mundo y unas reglas que además eran impuestas y debían ser seguidas por las clases populares.

Los grandes debates, los que definían las reglas del juego, pertenecían a las clases altas y cultas, a las que esa solemnidad del drama proporcionaba además otro atributo asociado a su poder que por definición era algo muy serio. Todos aquellos que se oponían a sus dictados lo comprobaban.

En este sentido el humor queda relegado de manera general a un papel secundario y subalterno, asociado a la expresión de las masas incipientes, con la máxima aspiración de convertirse en la nota de color en el seno tumultuoso del gran drama..

La politizada italia de la postguerra mundial, silencioso bastión de lucha entre el bloque capitalista y comunista que se resolvió con un régimen corrupto de apariencia democrática a mediados del pasado siglo XX, generó, junto a un cine directamente político tanto de raíz comunista como democristiana, otro cine político basado en el humor que se llamó "comedia a la italiana".

Lejos de presuntos intelectualismos, la comedia a la italiana expresaba en maneras y lenguajes que el pueblo entendía un discurso crítico sobre la realidad, tan crítico que incluso cuestionaba la propia sociología y antropología de lo italiano con titulos tan divertidos y a la vez tan terribles como "Il Sorpasso" de Dino Risi o "La Gran guerra" de Mario Monicelli.

Monicelli es uno de los grandes directores de cine italiano y uno de los padres de esa comedia a la italiana con titulos como "Rufufu", "I compagni" o la propia "La Grande Guerra".

"La Armada Brancaleone" es otro de sus grandes titulos, además de ser también uno de los más exitosos en taquilla.

En "La Armada Brancaleone" prima más la comedia que la critica social, aunque en los títulos de la comedia a la italiana es difícil estar seguro de ello y cuenta la historia de un noble hidalgo de tercera cuarta fila cuyo nombre da titulo a la película y que interpreta Vittorio Gassmann y su viaje por la Italia del medievo en busca de un reino que no le pertenece y a cuyo titular va a suplantar.

En este viaje se rodeará de un ejército de freaks, vagabundos y harapientos que compondrán esa mínima armada con la que Brabcaleone se enfrentará a los mil y un peligros de la corta y dura vida medieval.

Como si se tratase de una historia escrita en la época, la película se compone de una serie de episodios que describen diferentes encuentros con elementos y/o situaciones típicas del medievo: torneos, leprosos, justas, monjes mendicantes; encuentros que configuran un viaje mas general hacia ese reino espúreo en el que Brancaleone se mostrará como un caballero nada típico, en absoluto en esa línea aristocrática y apolínea en la que suelen ser mostrados esta clase de personajes sino en una línea más popular y contradictoria, siempre con un conflicto entre su código de honor y sus instintos,

Brancaleone no es un líder apolíneo, de una sola pieza. Intenta estar a la altura del comportamiento de la posición que se le supone y no siempre lo consigue, aunque, al final, se las arregle recurriendo a ese espíritu pícaro que es parte de lo italiano para llevar a buen puerto a su armada.

Y encima Brabcaleone es Gassmann.

Excepcional



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