Hay lugares donde las cosas terminan, lugares fronterizos entre la nada y el algo que se convierten en improvisada costa donde van a amanecer los interminables restos de mil y un naufragios.
Estos lugares son de geografía mínima y esencial, espacios donde lo superfluo desaparece y sólo queda el contorno de lo esencial dibujándose desde su condición de algo sobre la nada inmensa que le sirve de escenario.
La elocuencia silenciosa de lo no dicho, de lo que no se dice nunca, no puede hacer otra cosa que resaltar como un heideggeriano dasein en ese espacio infinito entre la tierra y el cielo donde la silueta del hombre, lo único que queda cuando todo lo demás acaba, se dibuja expresiva, convertida en abandonada metáfora del deseo convertido en las historia que ha llevado a ese ser hasta allí, al naufragio convertido en una de las bellas artes.
Imagino que en todo ésto, y cosas similares, estaban en la cabeza de Alberto Rodríguez cuando decidió llamar "La Isla Minima" a su historia.
Estos lugares son de geografía mínima y esencial, espacios donde lo superfluo desaparece y sólo queda el contorno de lo esencial dibujándose desde su condición de algo sobre la nada inmensa que le sirve de escenario.
La elocuencia silenciosa de lo no dicho, de lo que no se dice nunca, no puede hacer otra cosa que resaltar como un heideggeriano dasein en ese espacio infinito entre la tierra y el cielo donde la silueta del hombre, lo único que queda cuando todo lo demás acaba, se dibuja expresiva, convertida en abandonada metáfora del deseo convertido en las historia que ha llevado a ese ser hasta allí, al naufragio convertido en una de las bellas artes.
Imagino que en todo ésto, y cosas similares, estaban en la cabeza de Alberto Rodríguez cuando decidió llamar "La Isla Minima" a su historia.
En tal escenario extremo, mínimo por tan cercano a la nada Rodríguez quiere poner en valor el perfil de la transición española a través de unos personajes y una historia que como no podía ser de otra manera resaltan en toda su complejidad contra un paisaje árido, desprovisto, el de las marismas del Guadalquivir que tan bien pintara Carmen Lafón, en el que la tierra empieza a confundirse con la nada vacía del mar.
Y el resultado es espectacular.
"La Isla Minima" es un thriller denso y profundo, sobre cuya superficie flota la desaparición de unas niñas investigada por dos policías a principios de la década de los ochentas del siglo pasado; pero una superficie que como ese cielo protector del que hablara Bowles oculta toda una profunda complejidad.
La complejidad de una desigual sociedad agraria casi decimonónica que somete a la mayoría de sus miembros a una explotación de la que precisamente las jóvenes asesinadas intentan escapar, pero también complejidad cruel porque sobre esa desesperada necesidad un asesino psicópata ha construido su tela de araña mortal.
Y sobre esta realidad sobrevolando la alargada sombra de la transición, espacio también fronterizo en el que conviven los dos policías protagonistas, magníficamente interpretados por Raúl Arévalo y Joaquín Gutierrez, uno a cada lado del puente que esa transición pretende salvar y en los dos la vida uniéndoles en el enfrentamiento a la injusticia y el horror.
Magnífica.
Y el resultado es espectacular.
"La Isla Minima" es un thriller denso y profundo, sobre cuya superficie flota la desaparición de unas niñas investigada por dos policías a principios de la década de los ochentas del siglo pasado; pero una superficie que como ese cielo protector del que hablara Bowles oculta toda una profunda complejidad.
La complejidad de una desigual sociedad agraria casi decimonónica que somete a la mayoría de sus miembros a una explotación de la que precisamente las jóvenes asesinadas intentan escapar, pero también complejidad cruel porque sobre esa desesperada necesidad un asesino psicópata ha construido su tela de araña mortal.
Y sobre esta realidad sobrevolando la alargada sombra de la transición, espacio también fronterizo en el que conviven los dos policías protagonistas, magníficamente interpretados por Raúl Arévalo y Joaquín Gutierrez, uno a cada lado del puente que esa transición pretende salvar y en los dos la vida uniéndoles en el enfrentamiento a la injusticia y el horror.
Magnífica.
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