domingo, febrero 22, 2015

El siglo de las luces

Es cierto que una de las grandes preocupaciones de Alejo Carpentier al escribir "El siglo de las luces" fue arrancar la revolución francesa de su Europa natal y mostrar su germinal traslación a latinoamérica, y en concreto al Caribe, buscando presentar los primeros pasos de una idea en un territorio que muy pronto la hará suya imprimiendo en ella un sello propio caracterizado por la liberación de un pueblo respecto de otro.

No en vano el propio Carpentier siempre contó que el concepto "independencia" sólo adquiere dimensión política merced a las revoluciones independentistas de la burguesía criolla contra la dominación española.

Este es el contexto original de "El siglo de las luces", novela publicada en 1962.

A través de las andanzas de un tal Victor Hughes, personaje real encargado por la Asamblea Revolucionaria de esparcir la idea por el Caribe, Carpentier narra los primeros pasos de la idea que convenientemente madurada dió lugar a los procesos de independencia que sucedieron durante todo el siglo XIX en el continente americano.

Pero "El siglo de las luces" es mucho más que éso.

De manera indirecta, nos cuenta el lento pero inevitable proceso en que la revolución pierde su inocencia esencial, el lento proceso de estructuración que convierte a los revolucionarios en agentes de un poder que debe pactar con la realidad para poder continuar existiendo,

La belleza de la idea salpicada y manchada por el barro de las obligaciones y necesidades del día a día.

En definitiva, una pérdida de la inocencia en un viaje hacia una madurez no tan afortunada que el propio personaje de Victor Hughes simboliza convirtiéndose prácticamente en un hombre a una guillotina pegada.

En "El siglo de las luces" Carpentier reproduce la eterna polémica de la ciencia política entre carisma y burocracia, entre revolución y gestión de esa revolución en el tiempo; proceso que como todos los que implican una negociación con la realidad entendiendo "realidad" como todo aquello que ejerce una fuerza contraria similar o mayor a la que nosotros intentamos ejercer sobre las cosas siempre resulta frustrante. cuando no transformador en el sentido de un progresivo abandono de aquello que uno fue para encontrar lo que uno en realidad es.

Y hay un cierto escepticismo en el modo en que Carpentier contempla el trabajo del tiempo sobre la labor del revolucionario.

No en vano la novela termina en el 2 de mayo madrileño, con las clases populares saliendo a oponerse a las tropas napoleónicas resultado de esa revolución francesa, cerrando con amarga decepción lo que fue un circulo iniciado con la mayor de las ilusiones.

Planteando al lector las mismas incertidumbres de las que Carlos, uno de los protagonistas, no puede desembarazarse intentando comprender el misterio del destino trágico de sus idealistas hermana y primo en una revolución en contra de los revolucionarios.

Seguramente victimas de su incapacidad para envejecer, para perder el carisma y aceptar como el desgraciado Victor Hughes los desmanes del paso del tiempo sobre su espíritu revolucionario y como si el tiempo fuese el principal movimiento contrarevolucionario de todos.

En este sentido, nadie como Carpentier ha narrado la épica efimera y trágica, la insoportable y traicionera levedad del ser revolucionario, su tremenda fragilidad ante los rigores del tiempo, en textos tan maravillosos como "El siglo de las luces" o "La Consagración de la Primavera".

Convirtiendo la posición del revolucionario en una tremenda impostura romántica contra el orden material de la existencia, situaciones injustas de dominación, pero también contra lo inmaterial cifrado en el paso del tiempo y los efectos que este tiene sobre la propia naturaleza humana

En 1992 el cineasta cubano Huimberto Solás llevó a la televisión el texto de Carpentierr en una serie de cuatro horas de duración con mayoría de capital francés.

La versión que he visto es un refrito para el cine de dos horas de duración que muestra las clásicas lagunas que tienen este tipo de productos, casi siempre inviables desde un punto de vista narrativo.

No obstante, lo más elemental del espíritu de "El siglo de las luces"está ahí

La tragedia de sus personajes está ahí, apareciendo y desapareciendo, enfrentándoles en el tiempo a unos propios límites donde paradojicamente les ha llevado la valiente e instintiva persecución de lo mejor de sí mismos como seres humanos.

La revolución como pequeños saltos hacia delante en lo humano condenados al fracaso pero que nunca caen en saco roto, siempre dejan una huella sobre una realidad en parte transformada, el punto de partida para el siguiente salto.

La revolución como proceso agonístico sometido en el tiempo a las inevitables tensiones entre realidad y deseo.

Carpentier da una nueva dimensión a la complejidad contradictoria del ser humano.

Merece la pena ver "El siglo de las Luces" aunque, y a mi entender, el cine está en deuda todavía con este maravilloso texto.



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