No es una mala idea describir un personaje a través de los efectos que éste ha producido en su entorno más directo.
Al final, buena parte de "El último viaje de Robert Rylands" sucede en ausencia de Rylands. La directora, Gracia Querejeta, construye un entramado de relaciones en el que el fantasma de Rylands está siempre presente.
No obstante, y siempre para mi gusto, la película no termina de funcionar, sin primar lo que es verdaderamente importante y entreteniéndose demasiado en un contexto que sólo debiera existir para construir la sombra de Rylands.
Por ahí, la película pierde un poco más, especialmente con la relación amorosa entre el profesor español y la hija de Rylands, que en absoluto aporta nada bueno a la historia haciendo que esta se demore demasiado en lo anecdótico.
Aún así, poco a poco, el espectador asiste a la conjugación paciente del misterio de Rylands, todo un heterodoxo incapaz de ser clasificado dentro de unos convencionalismos sociales de los que la película abusa hasta producir una cierta extenuación de un espectador que desconcertado no sabe dar cuenta de la propósito de aquello que se le cuenta.
En este sentido lo esencial de la película sucede en la media hora final en la que la heterodoxía de Rylands hace posible dar una solución drástica al deseo de su otro hijo, enfermo de cáncer. De todo modo, el defecto inclasificable de Rylands se convierte en improvisada y rara virtud y en esta parte la película funciona con una belleza y poder admirables.
El problema es que a la luz de tan poderoso final, la mayor parte de la película se convierte en un estirado e innecesario ejercicio moroso de estilismo vacuo que sin duda manifiesta una cierta falta de foco a la hora de abordar un original literario que no he tenido el gusto de leer.
Porque al final lo que importa es el misterio de Rylands mostrándose una vez más ante un entorno que palidece ante su presencia arrolladora.
Contradictoria y un poco decepcionante.
Al final, buena parte de "El último viaje de Robert Rylands" sucede en ausencia de Rylands. La directora, Gracia Querejeta, construye un entramado de relaciones en el que el fantasma de Rylands está siempre presente.
No obstante, y siempre para mi gusto, la película no termina de funcionar, sin primar lo que es verdaderamente importante y entreteniéndose demasiado en un contexto que sólo debiera existir para construir la sombra de Rylands.
Por ahí, la película pierde un poco más, especialmente con la relación amorosa entre el profesor español y la hija de Rylands, que en absoluto aporta nada bueno a la historia haciendo que esta se demore demasiado en lo anecdótico.
Aún así, poco a poco, el espectador asiste a la conjugación paciente del misterio de Rylands, todo un heterodoxo incapaz de ser clasificado dentro de unos convencionalismos sociales de los que la película abusa hasta producir una cierta extenuación de un espectador que desconcertado no sabe dar cuenta de la propósito de aquello que se le cuenta.
En este sentido lo esencial de la película sucede en la media hora final en la que la heterodoxía de Rylands hace posible dar una solución drástica al deseo de su otro hijo, enfermo de cáncer. De todo modo, el defecto inclasificable de Rylands se convierte en improvisada y rara virtud y en esta parte la película funciona con una belleza y poder admirables.
El problema es que a la luz de tan poderoso final, la mayor parte de la película se convierte en un estirado e innecesario ejercicio moroso de estilismo vacuo que sin duda manifiesta una cierta falta de foco a la hora de abordar un original literario que no he tenido el gusto de leer.
Porque al final lo que importa es el misterio de Rylands mostrándose una vez más ante un entorno que palidece ante su presencia arrolladora.
Contradictoria y un poco decepcionante.
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