Es pura lógica.
Si John Ford es uno de los grandes directores de la historia del cine y "The Searchers" es un de sus mejores películas, entonces "The Searchers" es una de las mejores películas de la historia del cine.
Cada cierto tiempo "The Searchers" te llama para que vuelvas a verla y encuentres en el acotado espacio de su duración una profundidad infinita, llena de riquezas y matices.
Este es sin duda su poder y también su magia.
"The Searchers" no se acaba nunca.
Los niveles narrativos se multiplican, niveles que se ven pero también niveles que no se ven, que el espectador intuye en miradas y actitudes de los personajes que Ford parece poner esperando que alguna vez la mirada las encuentre.
Puede decirse que la precision de "The Searchers" es casi de alta definición y es así porque cada personaje tiene su historia.
Ayudado por la Vistavisión que agrandaba la anchura de la pantalla a diferencia del Cinemascope, que la alargaba, Ford construyó con caligrafía precisa el complejo y delicado entramado que constituían las escenas corales.
No eran necesarios los primeros planos y así podía mostrar la confluencia de varias líneas narrativas como aquella en la que el reverendo Clayton (Ward Bond) termina su desayuno, recordando la historia que hay detrás de lo que sucede a su espalda: la despedida de Ethan de la mujer de hermano.
También le permitió utilizar la profundidad de campo como elemento narrativo como la carrera de Debbie duna abajo mientras Ethan y Martin Pawley discuten o el maravilloso acoso que los apaches hacen a la columna de rangers.
Todos estos elementos con la complejidad que desencadenan confieren a "The Searchers" una cualidad casi documental, una poderosa sensación de realidad generada por toda esa fragmentación y complejidad que Ford presenta en cada plano, secuencia y escena de manera maestra, construyendo como un pintor de historias cada encuadre y logrando que aquello que se le muestra al espectador no se agote con el rápido golpe de una mirada.
Como la realidad, la planificación de "The Searchers" propone profundidad y complejidad a la mirada del espectador conminándola casi a volverse reflexiva, exigiéndole introducirse en la historia porque hay muchas cosas que se está perdiendo, cosas que no se dicen pero que son igual o más importantes que aquellas que efectivamente se dicen.
El esfuerzo del derrotado y perdido Edwards por lograr sentirse justificado, su empeño por recuperar a la pequeña Debbie convertido en una obsesión por encontrar un sentido a una desnortada existencia alcanzan dimensiones épicas gracias a la mirada maestra de John Ford.
Y al final, tras regresar a Debbie al hogar, Ethan volverá a enfrentarse a lo incierto, al árido paisaje del oeste, quedando todas las certezas tras la puerta de ese hogar que el resultado de su propia vida le niega.
En ese momento, Ethan resume la contradictoria gloria del hombre de la frontera, abriendo un mundo a una civilización de la que nunca podrá formar parte porque en él hay algo del salvaje que no tiene cabida en el hogar cuya puerta se abre al principio de la película y que también se cierra al final de la misma.
Un magnífico John Wayne sabe mostrar con maestría actoral el afilado brillo de ese salvaje componiendo un personaje sombrío, que se desenvuelve como pez en el agua en un entorno fronterizo y extremo cuyas esencias le envenenan, le alejan de lo que un hombre civilizado debe ser aunque paradójicamente le convierten en esencial instrumento para que los hombres civilizados, los que pueden cruzar ese umbral casi fronterizo del hogar, consigan su propósito.
En este sentido, "The Searchers" es un western precursor de la revisión del western que la generación de directores procedentes de la televisión empezaban a hacer contemporaneamente, por la misma época en que se rodó la película.
Ethan Edwards ya es un anti-héroe.
El vaquero solitario lo es porque no le queda otro remedio.
Su propia vida le mancha.
Obra maestra.
Si John Ford es uno de los grandes directores de la historia del cine y "The Searchers" es un de sus mejores películas, entonces "The Searchers" es una de las mejores películas de la historia del cine.
Cada cierto tiempo "The Searchers" te llama para que vuelvas a verla y encuentres en el acotado espacio de su duración una profundidad infinita, llena de riquezas y matices.
Este es sin duda su poder y también su magia.
"The Searchers" no se acaba nunca.
Los niveles narrativos se multiplican, niveles que se ven pero también niveles que no se ven, que el espectador intuye en miradas y actitudes de los personajes que Ford parece poner esperando que alguna vez la mirada las encuentre.
Puede decirse que la precision de "The Searchers" es casi de alta definición y es así porque cada personaje tiene su historia.
Ayudado por la Vistavisión que agrandaba la anchura de la pantalla a diferencia del Cinemascope, que la alargaba, Ford construyó con caligrafía precisa el complejo y delicado entramado que constituían las escenas corales.
No eran necesarios los primeros planos y así podía mostrar la confluencia de varias líneas narrativas como aquella en la que el reverendo Clayton (Ward Bond) termina su desayuno, recordando la historia que hay detrás de lo que sucede a su espalda: la despedida de Ethan de la mujer de hermano.
También le permitió utilizar la profundidad de campo como elemento narrativo como la carrera de Debbie duna abajo mientras Ethan y Martin Pawley discuten o el maravilloso acoso que los apaches hacen a la columna de rangers.
Todos estos elementos con la complejidad que desencadenan confieren a "The Searchers" una cualidad casi documental, una poderosa sensación de realidad generada por toda esa fragmentación y complejidad que Ford presenta en cada plano, secuencia y escena de manera maestra, construyendo como un pintor de historias cada encuadre y logrando que aquello que se le muestra al espectador no se agote con el rápido golpe de una mirada.
Como la realidad, la planificación de "The Searchers" propone profundidad y complejidad a la mirada del espectador conminándola casi a volverse reflexiva, exigiéndole introducirse en la historia porque hay muchas cosas que se está perdiendo, cosas que no se dicen pero que son igual o más importantes que aquellas que efectivamente se dicen.
El esfuerzo del derrotado y perdido Edwards por lograr sentirse justificado, su empeño por recuperar a la pequeña Debbie convertido en una obsesión por encontrar un sentido a una desnortada existencia alcanzan dimensiones épicas gracias a la mirada maestra de John Ford.
Y al final, tras regresar a Debbie al hogar, Ethan volverá a enfrentarse a lo incierto, al árido paisaje del oeste, quedando todas las certezas tras la puerta de ese hogar que el resultado de su propia vida le niega.
En ese momento, Ethan resume la contradictoria gloria del hombre de la frontera, abriendo un mundo a una civilización de la que nunca podrá formar parte porque en él hay algo del salvaje que no tiene cabida en el hogar cuya puerta se abre al principio de la película y que también se cierra al final de la misma.
Un magnífico John Wayne sabe mostrar con maestría actoral el afilado brillo de ese salvaje componiendo un personaje sombrío, que se desenvuelve como pez en el agua en un entorno fronterizo y extremo cuyas esencias le envenenan, le alejan de lo que un hombre civilizado debe ser aunque paradójicamente le convierten en esencial instrumento para que los hombres civilizados, los que pueden cruzar ese umbral casi fronterizo del hogar, consigan su propósito.
En este sentido, "The Searchers" es un western precursor de la revisión del western que la generación de directores procedentes de la televisión empezaban a hacer contemporaneamente, por la misma época en que se rodó la película.
Ethan Edwards ya es un anti-héroe.
El vaquero solitario lo es porque no le queda otro remedio.
Su propia vida le mancha.
Obra maestra.
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