No sé de qué me sorprendo.
Por lo visto no he tenido bastante con aquella foto de Gonzalez, sentado en su yate. gordo como él solo, fumando un puro enorme y con una rubia en bikini aplicando dándole un masaje en sus anchas espaldas.
Tampoco he tenido suficiente con sus inconfesables amistades confesadas... al menos para alguien que se dice socialista: desde empresarios multimillonarios de dudoso origen como Carlos Slim a autócratas como el rey de Marruecos.
La carta que González dirigía a los catalanes y que El País publicó el pasado domingo es un hito más. Una carta chunga, llena de amenazas veladas y no tan veladas, que otros ya han criticado y a cuyas criticas me adhiero incondicionalmente como diría alguno.
Pero lo que más me llama la atención es ese bigotito franquista que, como cualquier político mainstream del régimen constitucional del 78, Gonzalez se viste sin pudor y que, por cierto, ya le queda como un guante.
Y me pregunto qué es lo que mola tanto de pertenecer a España como para amenazar con el infierno y las tinieblas exteriores a quienes se plantean abandonarla.
A mí, personalmente, me gustaría que Cataluña se quedase en España pero, diablos, no puedo entender la irracionalidad, espiritualmente fascista, con la que el nacionalismo español aborda este tema.
Y agradecería que se abordase este tema no como una religiosa cuestión de fe sino desde una posición de laicicidad que garantice el máximo posible de racionalidad.
Pero el ordeno y mando de militar chusquero que subyace en esta actitud con la que la democracia del 78 gestiona sus temas más candentes impide que, ante inferiores que no saben lo que es bueno, que se permiten rechazar esta maravillosa unidad de destino en lo universal donde las gambas a la plancha y el vino se nos caen de las manos... como escribo, impide que el nacionalismo español se "moleste" en construir un discurso positivo, de las ventajas de lo que une como hicieron los ingleses, los grandes profesionales en aprovechar las ventajas de lo práctico por encima de la ideología, para gestionar la patata caliente del independentismo escocés.
Cuando unos hablan otros deben callarse y. si no se quiere ser español la única opción que se ofrece es la de ser español a la fuerza.
Transparenta incluso una irritación por tener que explicar a los idiotas todo lo que es obvio y que hay que entender porque debería resultar autoexplicativo.
Ese bigotito de Franco tiene inteligencia emocional cero exhibiendo además los peores aspectos de lo tribal que concibe a la propia tribu como el inevitable de un centro de mundo que gira alrededor de esa unidad de destino en lo universal que todos por supuesto envidian.
Y es inquietante que en estas sociedades abiertas en las que se supone vivimos se manejen discursos tan pobres en el que las palabras son un mero sostén para una continua alusión al empleo de la fuerza.
Porque para ciertas cosas sólo queda ejercer la libertad fundamental de obedecer.
Porque somos libres para hacer lo que hay que hacer.
Las tinieblas exteriores quedan para aquellos que quieren ir más allá del euro o abandonarlo, que quieren otra España o abandonarla, que quieren dejar de crecer ilimitadamente en un mundo de recursos limitados, que se paran en definitiva a ver cómo el reloj da la hora en punto.
Antes la misión de la izquierda era arrojar antorchas a esas tinieblas y ver si eran tales.
Ahora, desnaturalizada, su misión es no sólo oscurecerlas aún más sino hacer de ellas un lugar terrible.
Y Felipe González encarna como nadie esa desnaturalización demostrándolo una vez más con esa carta que bien pudiera haber escrito un Corleone, que entre líneas encierra una oferta que los catalanes no pueden rechazar.
Más que ningún otro González encarna ese agotamiento de una social-democracia cuyo privilegiado espacio los aventureros de Podemos ya aspiran abiertamente a ocupar.
Por lo visto no he tenido bastante con aquella foto de Gonzalez, sentado en su yate. gordo como él solo, fumando un puro enorme y con una rubia en bikini aplicando dándole un masaje en sus anchas espaldas.
Tampoco he tenido suficiente con sus inconfesables amistades confesadas... al menos para alguien que se dice socialista: desde empresarios multimillonarios de dudoso origen como Carlos Slim a autócratas como el rey de Marruecos.
La carta que González dirigía a los catalanes y que El País publicó el pasado domingo es un hito más. Una carta chunga, llena de amenazas veladas y no tan veladas, que otros ya han criticado y a cuyas criticas me adhiero incondicionalmente como diría alguno.
Pero lo que más me llama la atención es ese bigotito franquista que, como cualquier político mainstream del régimen constitucional del 78, Gonzalez se viste sin pudor y que, por cierto, ya le queda como un guante.
Y me pregunto qué es lo que mola tanto de pertenecer a España como para amenazar con el infierno y las tinieblas exteriores a quienes se plantean abandonarla.
A mí, personalmente, me gustaría que Cataluña se quedase en España pero, diablos, no puedo entender la irracionalidad, espiritualmente fascista, con la que el nacionalismo español aborda este tema.
Y agradecería que se abordase este tema no como una religiosa cuestión de fe sino desde una posición de laicicidad que garantice el máximo posible de racionalidad.
Pero el ordeno y mando de militar chusquero que subyace en esta actitud con la que la democracia del 78 gestiona sus temas más candentes impide que, ante inferiores que no saben lo que es bueno, que se permiten rechazar esta maravillosa unidad de destino en lo universal donde las gambas a la plancha y el vino se nos caen de las manos... como escribo, impide que el nacionalismo español se "moleste" en construir un discurso positivo, de las ventajas de lo que une como hicieron los ingleses, los grandes profesionales en aprovechar las ventajas de lo práctico por encima de la ideología, para gestionar la patata caliente del independentismo escocés.
Transparenta incluso una irritación por tener que explicar a los idiotas todo lo que es obvio y que hay que entender porque debería resultar autoexplicativo.
Ese bigotito de Franco tiene inteligencia emocional cero exhibiendo además los peores aspectos de lo tribal que concibe a la propia tribu como el inevitable de un centro de mundo que gira alrededor de esa unidad de destino en lo universal que todos por supuesto envidian.
Y es inquietante que en estas sociedades abiertas en las que se supone vivimos se manejen discursos tan pobres en el que las palabras son un mero sostén para una continua alusión al empleo de la fuerza.
Porque para ciertas cosas sólo queda ejercer la libertad fundamental de obedecer.
Porque somos libres para hacer lo que hay que hacer.
Las tinieblas exteriores quedan para aquellos que quieren ir más allá del euro o abandonarlo, que quieren otra España o abandonarla, que quieren dejar de crecer ilimitadamente en un mundo de recursos limitados, que se paran en definitiva a ver cómo el reloj da la hora en punto.
Antes la misión de la izquierda era arrojar antorchas a esas tinieblas y ver si eran tales.
Ahora, desnaturalizada, su misión es no sólo oscurecerlas aún más sino hacer de ellas un lugar terrible.
Y Felipe González encarna como nadie esa desnaturalización demostrándolo una vez más con esa carta que bien pudiera haber escrito un Corleone, que entre líneas encierra una oferta que los catalanes no pueden rechazar.
Más que ningún otro González encarna ese agotamiento de una social-democracia cuyo privilegiado espacio los aventureros de Podemos ya aspiran abiertamente a ocupar.
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