Una de las principales características de las democracias de mercado en que vivimos es su carácter superficial y con esto quiero decir que no son otra cosa que un entramado narrativo-discursivo que envuelve como un celofán el rudo core del más inclemente mundo capitalista de intereses.
Es algo así como esa metáfora del azul con el cielo que, según el escritor Paul Bowles, nos ahorra la visión de ese inmenso abismo negro y no por que no queramos mirarlo sino precisamente por lo contrario, para evitar la terrible posibilidad de que ese abismo nos mire.
Ese entramado narrativo-discusivo sustenta la experiencia de un sujeto de derechos y libertades que vivimos cada uno de nosotros, que somos y que nos hace ser.
Y ese entramado es absoluto y total como realidad en su nivel, pero siempre es parcial y relativo con relación a ese subyacente mundo de intereses que nos necesita trabajando y consumiendo, alimentado la maquinaria, con el necesario entusiasmo y confianza.
Y en este sentido no hay derechos y libertades que valgan cuando estos se encuentran entre un interés y su oscuro objeto del deseo.
La legitimidad del sistema precisamente se encuentran en los mecanismos que espesan ese tranquilizador color azul y sin duda la política es uno de ellos.
La política precisamente es el espacio clave y estratégico de legitimidad porque es precisamente en ese espacio donde se espesa el azul, se ejecuta el engaño mediante todo un repertorio de discursos de derechos y libertades que, a su vez, se genera un espacio para la realización del individuo según los intereses del sistema. Es decir, realizándose como sujeto productor-consumidor.
Y la cosa funciona porque en realidad todo es real mediante se desee lo que hay que desear o se haga lo que hay que hacer. Los problemas siempre vienen cuando uno quiere hacer o decir cosas que no se hacen ni se dicen y lo que es más importante, cuando hay un interés de por medio.
Es entonces cuando se dan las condiciones para entender la realidad de otra manera puesto que lo que se muestra como real e independiente en realidad se revela como virtual y dependiente,
El referendum griego que Tsipras convocó es el último ejemplo, pero el proceso independentista catalán va a ser el siguiente hito.
Ambos eventos son hijos del mismo padre, de la creciente incapacidad del capitalismo para mantener esa superficie azul quieta e inalterable como consecuencia de sus cada vez más apremiantes contradicciones.
Porque precisamente y de manera contradictoria la política fuerza los límites de ese azul buscando precisamente mantenerlo como ficción.
La política como factor aglutinador de ese efecto de realidad que permite la dominación se ve obligada a llevar hasta el extremo las ficciones de libertad individual y soberanía popular que en Grecia se manifestaron mediante un referendum como voz de la voluntad de un pueblo mientras que en Cataluña adoptan la parecida forma de unas elecciones que son algo más.
En ambos casos, la virtualidad de la voluntad popular se arroja desarmada contra el abismo de lo real, el de los intereses que, como dueños de la realidad que son efectivamente, enseguida desencadenaran la cabalgada despiadada de sus propios jinetes del apocalipsis: realidad, responsabilidad, sensatez.
Y como hizo en Grecia básicamente enfrentará a esa voluntad popular a la posibilidad de la desconexión de un mundo en cuyo contexto y valores esa voluntad popular está programada para ser y nadie querrá estar fuera porque ese ámbito exterior ni siquiera existe.
Por eso la victoria es segura porque al otro lado no hay nada.
Una nada que se manifiesta constantemente.
El último ejemplo: la satisfacción con que un independentista catalán manifiesta con la posibilidad de que el estado español no pueda arrebatarles las nacionalidad española a su gusto.
No haremos nada que no quieran que hagamos.
Y habrá independencia catalana no porque lo quiera el pueblo catalán sino porque convenga... pero desgraciadamente no conviene.
La derrota es total porque ni siquiera hemos pensado un lugar a donde ir con el que consolarnos cuando nos amenacen con los horrores que esperan a los que quieren salir.
Y en el fondo, lo que hay detrás del proceso independentista catalán, es esa necesidad torpe, sin estructurar, casi pulsional, que tenemos de salir, pero desde una virtualidad que es hija de una relación de poder que se manifiesta en la necesaria y segura servidumbre a eso que se llama realidad.
Y en el fondo, deberíamos preguntarnos si lo que estamos haciendo es consumir la libertad en lugar de vivirla y pensarla.
Deberíamos sospechar de lo que se nos ofrece por la via rápida, como si se nos ofreciera en el estante del supermercado y bastara con cogerlo, con votar y echarlo al carro.
Y no hay una via rápida para las cosas que verdaderamente importan.
Y lo que siempre compromete la via rápida es el discurso de los riesgos y de los costes.
Y como pasó en el referendum griego, en las elecciones catalanas el discurso de los riesgos y los costes brilla por su ausencia. Y precisamente esto forma parte del mecanismo de la dominación porque una vez más, el algún momento y más adelante, la realidad nos pillará por sorpresa a todos.
El objetivo será cambiarlo todo para que todo siga igual.
Ahí tenéis a Ttsipras, haciendo lo que puede, esperando la oportunidad, mientras lentamente el sistema le cambia.
Y será otro el que se haga la foto delante de la bandera.
O quizás estemos aun mucho peor de lo que pienso y siga siendo el mismo.
Al tiempo, pero lo que unos llaman independencia yo lo llamo cambio de cadenas.
Es algo así como esa metáfora del azul con el cielo que, según el escritor Paul Bowles, nos ahorra la visión de ese inmenso abismo negro y no por que no queramos mirarlo sino precisamente por lo contrario, para evitar la terrible posibilidad de que ese abismo nos mire.
Ese entramado narrativo-discusivo sustenta la experiencia de un sujeto de derechos y libertades que vivimos cada uno de nosotros, que somos y que nos hace ser.
Y ese entramado es absoluto y total como realidad en su nivel, pero siempre es parcial y relativo con relación a ese subyacente mundo de intereses que nos necesita trabajando y consumiendo, alimentado la maquinaria, con el necesario entusiasmo y confianza.
Y en este sentido no hay derechos y libertades que valgan cuando estos se encuentran entre un interés y su oscuro objeto del deseo.
La legitimidad del sistema precisamente se encuentran en los mecanismos que espesan ese tranquilizador color azul y sin duda la política es uno de ellos.
La política precisamente es el espacio clave y estratégico de legitimidad porque es precisamente en ese espacio donde se espesa el azul, se ejecuta el engaño mediante todo un repertorio de discursos de derechos y libertades que, a su vez, se genera un espacio para la realización del individuo según los intereses del sistema. Es decir, realizándose como sujeto productor-consumidor.
Y la cosa funciona porque en realidad todo es real mediante se desee lo que hay que desear o se haga lo que hay que hacer. Los problemas siempre vienen cuando uno quiere hacer o decir cosas que no se hacen ni se dicen y lo que es más importante, cuando hay un interés de por medio.
Es entonces cuando se dan las condiciones para entender la realidad de otra manera puesto que lo que se muestra como real e independiente en realidad se revela como virtual y dependiente,
El referendum griego que Tsipras convocó es el último ejemplo, pero el proceso independentista catalán va a ser el siguiente hito.
Ambos eventos son hijos del mismo padre, de la creciente incapacidad del capitalismo para mantener esa superficie azul quieta e inalterable como consecuencia de sus cada vez más apremiantes contradicciones.
Porque precisamente y de manera contradictoria la política fuerza los límites de ese azul buscando precisamente mantenerlo como ficción.
La política como factor aglutinador de ese efecto de realidad que permite la dominación se ve obligada a llevar hasta el extremo las ficciones de libertad individual y soberanía popular que en Grecia se manifestaron mediante un referendum como voz de la voluntad de un pueblo mientras que en Cataluña adoptan la parecida forma de unas elecciones que son algo más.
En ambos casos, la virtualidad de la voluntad popular se arroja desarmada contra el abismo de lo real, el de los intereses que, como dueños de la realidad que son efectivamente, enseguida desencadenaran la cabalgada despiadada de sus propios jinetes del apocalipsis: realidad, responsabilidad, sensatez.
Y como hizo en Grecia básicamente enfrentará a esa voluntad popular a la posibilidad de la desconexión de un mundo en cuyo contexto y valores esa voluntad popular está programada para ser y nadie querrá estar fuera porque ese ámbito exterior ni siquiera existe.
Por eso la victoria es segura porque al otro lado no hay nada.
Una nada que se manifiesta constantemente.
El último ejemplo: la satisfacción con que un independentista catalán manifiesta con la posibilidad de que el estado español no pueda arrebatarles las nacionalidad española a su gusto.
No haremos nada que no quieran que hagamos.
Y habrá independencia catalana no porque lo quiera el pueblo catalán sino porque convenga... pero desgraciadamente no conviene.
La derrota es total porque ni siquiera hemos pensado un lugar a donde ir con el que consolarnos cuando nos amenacen con los horrores que esperan a los que quieren salir.
Y en el fondo, lo que hay detrás del proceso independentista catalán, es esa necesidad torpe, sin estructurar, casi pulsional, que tenemos de salir, pero desde una virtualidad que es hija de una relación de poder que se manifiesta en la necesaria y segura servidumbre a eso que se llama realidad.
Y en el fondo, deberíamos preguntarnos si lo que estamos haciendo es consumir la libertad en lugar de vivirla y pensarla.
Deberíamos sospechar de lo que se nos ofrece por la via rápida, como si se nos ofreciera en el estante del supermercado y bastara con cogerlo, con votar y echarlo al carro.
Y no hay una via rápida para las cosas que verdaderamente importan.
Y lo que siempre compromete la via rápida es el discurso de los riesgos y de los costes.
Y como pasó en el referendum griego, en las elecciones catalanas el discurso de los riesgos y los costes brilla por su ausencia. Y precisamente esto forma parte del mecanismo de la dominación porque una vez más, el algún momento y más adelante, la realidad nos pillará por sorpresa a todos.
El objetivo será cambiarlo todo para que todo siga igual.
Ahí tenéis a Ttsipras, haciendo lo que puede, esperando la oportunidad, mientras lentamente el sistema le cambia.
Y será otro el que se haga la foto delante de la bandera.
O quizás estemos aun mucho peor de lo que pienso y siga siendo el mismo.
Al tiempo, pero lo que unos llaman independencia yo lo llamo cambio de cadenas.
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