No descubro nada si digo que Yasujiro Ozu es uno de los grandes nombres del cine como expresión artística.
No sé como se las arregla pero siempre consigue liarme, conmoverme, emocionarme con sus historias sólo en apariencia mínimas.
"Principios de Verano" es otro soberbio y magnífico ejemplo de la gran capacidad del maestro japonés para construir poesía y belleza con la palabra y la imagen.
Porque, y aunque pueda parecer lo contrario por las maneras mesuradas de su cine, Ozu va directamente al grano, a la esencia de lo que más puede conmover a un ser humano: el inevitable paso del tiempo y sus inevitables consecuencias concebidos ambos como actos meramente de naturaleza.
En general, todas las historias que Ozu filma siempre son iguales.
Poco a poco, y a base de puras pinceladas de cotidianidad, el maestro japonés construye un presente y lo que es más importante un nosotros, un entramado de seres humanos que se relacionan entre sí. Ese grupo suele ser una familia extensa en el que cada personaje tiene su entidad y su momento.
Dentro de ese momento que Ozu construye con paciente talento, poco a poco van apareciendo los elementos que precisamente están generando las condiciones para que se produzca un cambio, una evolución que permita cristalizar ese, para Ozu, necesario, por natural, paso del tiempo.
Los abuelos mueren, los padres envejecen y ven marchar a los hijos, los hijos quieren vivir y deben marchar.
Como la vida misma!
Porque parece mentira la sensación de pura vida en toda su inmensa intensidad que tienen las imágenes de Ozu una vez se posan como alas sobre el alma del espectador.
En "Principios de Verano" tenemos una familia cuyo presente se verá transformado por la necesidad de casar a Noriko, una de sus hijas.
Ozu no necesita más.
Ni galaxias que explotan ni mutantes que vuelan.
Y si bien lo piensas tampoco hace falta mucho más.
Sólo el tiempo sucediendo sobre la hermosa y elegante presencia de Setsuko Hara, una de sus actrices habituales.
Obra maestra absoluta... como es habitual.
No sé como se las arregla pero siempre consigue liarme, conmoverme, emocionarme con sus historias sólo en apariencia mínimas.
"Principios de Verano" es otro soberbio y magnífico ejemplo de la gran capacidad del maestro japonés para construir poesía y belleza con la palabra y la imagen.
Porque, y aunque pueda parecer lo contrario por las maneras mesuradas de su cine, Ozu va directamente al grano, a la esencia de lo que más puede conmover a un ser humano: el inevitable paso del tiempo y sus inevitables consecuencias concebidos ambos como actos meramente de naturaleza.
En general, todas las historias que Ozu filma siempre son iguales.
Poco a poco, y a base de puras pinceladas de cotidianidad, el maestro japonés construye un presente y lo que es más importante un nosotros, un entramado de seres humanos que se relacionan entre sí. Ese grupo suele ser una familia extensa en el que cada personaje tiene su entidad y su momento.
Dentro de ese momento que Ozu construye con paciente talento, poco a poco van apareciendo los elementos que precisamente están generando las condiciones para que se produzca un cambio, una evolución que permita cristalizar ese, para Ozu, necesario, por natural, paso del tiempo.
Los abuelos mueren, los padres envejecen y ven marchar a los hijos, los hijos quieren vivir y deben marchar.
Como la vida misma!
Porque parece mentira la sensación de pura vida en toda su inmensa intensidad que tienen las imágenes de Ozu una vez se posan como alas sobre el alma del espectador.
En "Principios de Verano" tenemos una familia cuyo presente se verá transformado por la necesidad de casar a Noriko, una de sus hijas.
Ozu no necesita más.
Ni galaxias que explotan ni mutantes que vuelan.
Y si bien lo piensas tampoco hace falta mucho más.
Sólo el tiempo sucediendo sobre la hermosa y elegante presencia de Setsuko Hara, una de sus actrices habituales.
Obra maestra absoluta... como es habitual.
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