Lo voy a decir ya: "El Club" es una película importante.
Seguramente una de las mejores que he visto este año y no es precisamente una agradable comedia. Como bien comenta alguna crítica que he leído, esta película chilena tiene la rara virtud de someter al espectador a un total y completo "shock", justo lo contrario a lo que el cine como manifestación de ocio, incluso en sus variantes alejadas del producto y la industria nos tiene acostumbrados.
"El Club" es puro arte en su variante precisamente más difícil, guerrillera y contestaria.
Estoy seguro que Robert Hughes, el gran crítico de arte del New York Times, el gran cronista de esa tragedia que para el arte ha sido su confusión con el mercado, sólo tendría palabras de elogio para esta pequeña película que se atreve a poner la mirada en lugares olvidados y llenos de sombra.
Y fundamentalmente, "El Club" es una película de terror en la que el monstruo es el hombre mismo, lo que su sombra puede hacer para seguir pavorosamente existiendo.
Esto es lo grandioso de "El Club".
Su tremendo atrevimiento para contarnos sin tapujos, con una fotografía difícil y sucia que lo hace todo mucho peor de lo que ya es, lo terribles que somos y podemos llegar a ser.
Y precisamente lo hace desde una perversa ironía, completamente sadiana, convirtiendo en protagonistas de esta performance a hombres santos, que precisamente debieran ser un ejemplo de lo contrario.
Porque "El Club" sucede en una casa de retiro habitada por un grupo de curas que la iglesia ha apartado por cometer algunos de esos pecados que todos sabemos que comete la iglesia.
Pederastia, robo de niños, colaboración en los crímenes de la dictadura,... No falta de nada en esa casa
A esa casa llega un cura dispuesto a investigar, a hacer justicia y el desarrollo de la película es el esfuerzo de ese sacerdote por ahondar en busca de algo que se paresca a la verdad dentro de las almas oscuras de esos sacerdotes.
Es ahí donde empieza el terror.
"El Club" cruza esa línea de sombra que sutilmente separa la luz de las tinieblas y se adentra en esta con la precaria luz que los propios personajes aportan para descubrirnos existencias terribles compuestas de agonía, mentira, odio, tristeza, frustración...
Toda una galería de los horrores que, campando por sus anchas y como se comprueba al final de la película, todo lo pulveriza y corrompe para cerrarse en falso sobre lo que queda de las victimas, sobre toda posibilidad de luz
Y todo ese horror también es el ser humano, nosotros mismos.
El animal humano despojado de lo mejor de si mismo y en todo su esplendor.
El corazón de las tinieblas mirándonos.
"El Club" es una de esas películas inolvidables que cada vez que me meto en un cine desesperadamente busco.
Obra maestra.
Seguramente una de las mejores que he visto este año y no es precisamente una agradable comedia. Como bien comenta alguna crítica que he leído, esta película chilena tiene la rara virtud de someter al espectador a un total y completo "shock", justo lo contrario a lo que el cine como manifestación de ocio, incluso en sus variantes alejadas del producto y la industria nos tiene acostumbrados.
"El Club" es puro arte en su variante precisamente más difícil, guerrillera y contestaria.
Estoy seguro que Robert Hughes, el gran crítico de arte del New York Times, el gran cronista de esa tragedia que para el arte ha sido su confusión con el mercado, sólo tendría palabras de elogio para esta pequeña película que se atreve a poner la mirada en lugares olvidados y llenos de sombra.
Y fundamentalmente, "El Club" es una película de terror en la que el monstruo es el hombre mismo, lo que su sombra puede hacer para seguir pavorosamente existiendo.
Esto es lo grandioso de "El Club".
Su tremendo atrevimiento para contarnos sin tapujos, con una fotografía difícil y sucia que lo hace todo mucho peor de lo que ya es, lo terribles que somos y podemos llegar a ser.
Y precisamente lo hace desde una perversa ironía, completamente sadiana, convirtiendo en protagonistas de esta performance a hombres santos, que precisamente debieran ser un ejemplo de lo contrario.
Porque "El Club" sucede en una casa de retiro habitada por un grupo de curas que la iglesia ha apartado por cometer algunos de esos pecados que todos sabemos que comete la iglesia.
Pederastia, robo de niños, colaboración en los crímenes de la dictadura,... No falta de nada en esa casa
A esa casa llega un cura dispuesto a investigar, a hacer justicia y el desarrollo de la película es el esfuerzo de ese sacerdote por ahondar en busca de algo que se paresca a la verdad dentro de las almas oscuras de esos sacerdotes.
Es ahí donde empieza el terror.
"El Club" cruza esa línea de sombra que sutilmente separa la luz de las tinieblas y se adentra en esta con la precaria luz que los propios personajes aportan para descubrirnos existencias terribles compuestas de agonía, mentira, odio, tristeza, frustración...
Toda una galería de los horrores que, campando por sus anchas y como se comprueba al final de la película, todo lo pulveriza y corrompe para cerrarse en falso sobre lo que queda de las victimas, sobre toda posibilidad de luz
Y todo ese horror también es el ser humano, nosotros mismos.
El animal humano despojado de lo mejor de si mismo y en todo su esplendor.
El corazón de las tinieblas mirándonos.
"El Club" es una de esas películas inolvidables que cada vez que me meto en un cine desesperadamente busco.
Obra maestra.
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