Cuando era un chaval, siempre había en el colegio compañeros que utilizaban el aspecto físico y la forma de vestir de otros para atacarles y ridiculizarles.
Mis maestros unánimemente siempre dijeron que semejante comportamiento era manifiesta prueba de ser persona de poco seso.
Más adelante terminé pensando que había algo más porque las burlas siempre iban dirigidas contra aquellos que no formaban parte de la tribu.
Mi colegio era de clase media-alta y entre los que se reconocían como iguales jamás existían esa clase de burlas porque todos sintonizaban en mayor o menor medida con una determinada forma de ser y de estar.
Ahora parece que aquellos niños que se burlaban han crecido y, sin hacer caso de los sabios consejos de sus maestros, siguen burlándose de los diferentes.
Prueba de ello es que los más tontos de aquellos han llegado a ser políticos y desde la confortabilidad de su escaño regalado se permiten burlarse de la apariencia física de los diferentes que se atreven a seguir siéndolo en lo que ellos consideran su club privado.
Y aunque sobre el papel es el congreso de todos los españoles parece claro que no lo es si, por ejemplo, llevas rastas.
Porque es evidente que todos los españoles vestimos con trajes de ochocientos euros y llevamos cortes de pelo de doscientos, cosa que nuestras señorías ven de lo más normal en otro alarde de ese incontrolable bigotito franquista que siempre terminan poniéndose todos estos sesudos zotes para tratar con lo distinto.
No es que me decepcione porque tengo claro lo bajo que pueden caer nuestros políticos.
Lo que me sorprende es esa estupidez tan carente de complejos que exhiben tan impudicamente, como si al acta de diputado fuese en realidad una licencia para matar.
Mis maestros unánimemente siempre dijeron que semejante comportamiento era manifiesta prueba de ser persona de poco seso.
Más adelante terminé pensando que había algo más porque las burlas siempre iban dirigidas contra aquellos que no formaban parte de la tribu.
Mi colegio era de clase media-alta y entre los que se reconocían como iguales jamás existían esa clase de burlas porque todos sintonizaban en mayor o menor medida con una determinada forma de ser y de estar.
Ahora parece que aquellos niños que se burlaban han crecido y, sin hacer caso de los sabios consejos de sus maestros, siguen burlándose de los diferentes.
Prueba de ello es que los más tontos de aquellos han llegado a ser políticos y desde la confortabilidad de su escaño regalado se permiten burlarse de la apariencia física de los diferentes que se atreven a seguir siéndolo en lo que ellos consideran su club privado.
Y aunque sobre el papel es el congreso de todos los españoles parece claro que no lo es si, por ejemplo, llevas rastas.
Porque es evidente que todos los españoles vestimos con trajes de ochocientos euros y llevamos cortes de pelo de doscientos, cosa que nuestras señorías ven de lo más normal en otro alarde de ese incontrolable bigotito franquista que siempre terminan poniéndose todos estos sesudos zotes para tratar con lo distinto.
No es que me decepcione porque tengo claro lo bajo que pueden caer nuestros políticos.
Lo que me sorprende es esa estupidez tan carente de complejos que exhiben tan impudicamente, como si al acta de diputado fuese en realidad una licencia para matar.
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