"La fuga de capital especulativo hacia el mercado del
arte ha hecho más por alterar y distorsionar la forma en que experimentamos la
pintura y la escultura en los últimos veinte años que cualquier estilo, movimiento
y polémica... Ninguna obra de arte tiene un valor intrínseco, del mismo modo
que lo tiene un ladrillo o un coche. Su precio no puede, por supuesto, ser
discutido en los términos de la teoría del valor-trabajo. El precio de una obra
de arte es un indicador de deseo puro, irracional; y nada es más manipulable que
el deseo"
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