“La restauración o reacción real que empezó en 1971-1972
(tras el intervalo de 1968) en realidad es una revolución. Por eso no restaura
nada ni es una vuelta a nada; al contrario tiende literalmente a borrar el
pasado, con sus padres, sus religiones, sus ideologías y sus formas de vida (hoy
reducidas a la mera supervivencia). Esta revolución de derecha, que en primera
lugar ha destruido a la derecha, se ha producido de un modo fáctico, pragmático.
Mediante una acumulación progresiva de novedades (casi todas debidas a la
aplicación de la ciencia) y empezando por la revolución silenciosa de las
infraestructuras.
Como es natural, en todos estos años no ha cesado la lucha
de clases. Y como es natural, todavía sigue. Este es el aspecto exterior de la
reacción revolucionaria; un aspecto exterior que se presenta justamente contra las
formas tradicionales de la derecha: la derecha fascista y clerical-liberal.
Mientras la primera reacción destruye revolucionariamente
todas las viejas instituciones sociales (familia, cultura, lengua, iglesia), la
segunda reacción (utilizada transitoriamente por la primera para poder
consumarse) se encarga de defender esas instituciones que la primera reacción
está demoliendo de los ataques de los obreros e intelectuales. De modo que
estos son años de falsa lucha… Mientras tanto, a la chita callando, la nueva
cultura de masas y la nueva relación entre producción y consumo que ha
establecido la tecnología está destruyendo la verdadera tradición humanista con
una perspectiva secular.
La vieja burguesía paleoindustrial está dando paso a una
burguesía nueva que incluye cada vez más y más profundamente a las clases
obreras, con una tendencia a identificar burguesía con humanidad.
Este estado de cosas es aceptado por las izquierdas porque
la alternativa es quedar fuera de juego. De ahí el optimismo general de las
izquierdas, un intento vital de anexionarse el nuevo mundo creado por la
civilización tecnológica. Los gauchistas llevan esta ilusión aún más lejos y atribuyen
a esta nueva forma de historia creada por la civilización tecnológica una
capacidad milagrosa de redención y regeneración. Están convencidos de que este
plan diabólico de la burguesía que tiende a reducir a sí misma todo el
universo, incluyendo los obreros acabará provocando una explosión y la última
chispa de la conciencia obrera será capaz entonces de hacer que ese mundo que
ha estallado (por su propia culpa) resurja de sus cenizas en una suerte de
palingenesia (viejo sueño burgués-cristiano de los comunistas no obreros).
Todos, pues, hacen como que no ven (o quizá no vean
realmente) cuál es la verdadera y nueva reacción; de modo que todos luchan
contra la vieja reacción que la enmascara.”
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