No creo que "Dioses de Egipto" sea demasiado diferente en sus virtudes y defectos, que son unos cuantos, del resto de productos que la industria cinematográfica pone cada semana en el escaparate de la pantalla blanca.
Argumentos inanes para los que la simpleza queda aun demasiado lejos, personajes más planos que la línea del horizonte, tramas previsibles compuestos de pedazos de otras tramas también previsibles, exceso barroco de efectos especiales, carencia de unicidad orgánica en la historia que se nos cuenta, defectos todos asociados a la necesidad de producir puesta por encima de una voluntad verdadera de crear.
El resultado de esta necesidad convertida en preponderante como consecuencia de otra necesidad, la de seguir pagando las facturas, es la producción directa de copias, nunca de originales, que siempre son consecuencia de otro tipo de procesos mucho más cercanos a lo que podríamos llamar el evento creativo (y algunas veces artístico).
Sin embargo, la necesidad de estas copias es la de reivindicarse como originales, una de cuyas principales virtudes es su capacidad de proporcionar al espectador una experiencia que justifique el tiempo que dedica a ella, pero la realidad es mucho peor. Las coartadas del arte o del entretenimiento son meras escusas que embellecen la mera necesidad de ejecutar el acto de consumo, un acto que es inevitable, que debe ser ejecutado para que el sistema continúe reproduciendose.
No obstante, la existencia de esas escusas que son como el azul de ese cielo protector que, según Paul Bowles, nos protege de la visión del abismo negro que nos rodea y devora constantemente imponen una serie de esclavitudes que deben ser cumplidas para que precisamente funcionen como coartadas.
Y una de ellas es el debate de la calidad, de si una película-producto es buena o mala.
Un debate muy propio cuando se habla de originales, pero no necesariamente tan adecuado cuando se realiza sobre copias.
¿Podríamos decir si una coca-cola es mejor que otra?
Puede que nos encontremos con alguna caducada o que haya perdido el gas, pero, en general, la virtud del producto es la precisión en su repetición. Y de este planteamiento sólo puede deducirse que sólo a la serie de productos se le debe aplicar la cualidad de bondad o maldad, no a productos que no son más que meras partes, sin diferencia esencial que justifique un tratamiento individualizado.
No obstante, la retórica asociada a la comercialización del producto demanda que se reproduzca la ilusión de unicidad de ese producto.
Aún no existe a obligación de consumir que haría innecesaria la diferenciación de las copias y si existe un campo donde todavía somos libres es precisamente en la elección de qué copia queremos consumir, pero para ello, para arropar el efecto de realidad del mecanismo de elección, es necesario construir un espacio que proporcione elementos al consumidor para la construcción de esa misma elección.
Y en ese espacio se muestra el producto en todo su esplendor pero también es calificado, recurriendo a mecanismos de otros tiempos en los que todavía podían producirse originales porque el mercado no dominaba completamente todas las actividades artísticas.
Y dentro de ese espacio no todas las elecciones tienen que ser buenas. Debe existir el criterio que marca la línea entre lo que está bien y está mal, un criterio que define el marco asociado a cada uno de esos productos.
Y dentro de ese marco, productos como "Dioses de Egipto" lo tienen muy complicado por su extravagancia.
La necesidad de encontrar un chivo expiatorio sobre cuyo cuerpo ejecutar la ceremonia que inaugura la fantasmagoría del eje de la calidad suele cobijarse en todo aquello que se aleja de la media artimética que define el producto.
"Dioses de Egipto" se aleja bastante de la media con su propuesta de contar la mitología egipcia trufada con algunos aspectos de la hipótesis de los alienigenas ancestrales, pero honestamente no me siento capaz de decir si es mejor o peor que cualquier otro blockbuster basado en el músculo de los efectos especiales.
Y no me siento capaz de de decirlo porque en realidad no es mejor ni peor, sino una prolongación de la misma película, del mismo producto.
Ni mejor ni peor que la que estrenarán la semana que viene y que sucederá en una galaxia muy lejana.
Argumentos inanes para los que la simpleza queda aun demasiado lejos, personajes más planos que la línea del horizonte, tramas previsibles compuestos de pedazos de otras tramas también previsibles, exceso barroco de efectos especiales, carencia de unicidad orgánica en la historia que se nos cuenta, defectos todos asociados a la necesidad de producir puesta por encima de una voluntad verdadera de crear.
El resultado de esta necesidad convertida en preponderante como consecuencia de otra necesidad, la de seguir pagando las facturas, es la producción directa de copias, nunca de originales, que siempre son consecuencia de otro tipo de procesos mucho más cercanos a lo que podríamos llamar el evento creativo (y algunas veces artístico).
Sin embargo, la necesidad de estas copias es la de reivindicarse como originales, una de cuyas principales virtudes es su capacidad de proporcionar al espectador una experiencia que justifique el tiempo que dedica a ella, pero la realidad es mucho peor. Las coartadas del arte o del entretenimiento son meras escusas que embellecen la mera necesidad de ejecutar el acto de consumo, un acto que es inevitable, que debe ser ejecutado para que el sistema continúe reproduciendose.
No obstante, la existencia de esas escusas que son como el azul de ese cielo protector que, según Paul Bowles, nos protege de la visión del abismo negro que nos rodea y devora constantemente imponen una serie de esclavitudes que deben ser cumplidas para que precisamente funcionen como coartadas.
Y una de ellas es el debate de la calidad, de si una película-producto es buena o mala.
Un debate muy propio cuando se habla de originales, pero no necesariamente tan adecuado cuando se realiza sobre copias.
¿Podríamos decir si una coca-cola es mejor que otra?
Puede que nos encontremos con alguna caducada o que haya perdido el gas, pero, en general, la virtud del producto es la precisión en su repetición. Y de este planteamiento sólo puede deducirse que sólo a la serie de productos se le debe aplicar la cualidad de bondad o maldad, no a productos que no son más que meras partes, sin diferencia esencial que justifique un tratamiento individualizado.
No obstante, la retórica asociada a la comercialización del producto demanda que se reproduzca la ilusión de unicidad de ese producto.
Aún no existe a obligación de consumir que haría innecesaria la diferenciación de las copias y si existe un campo donde todavía somos libres es precisamente en la elección de qué copia queremos consumir, pero para ello, para arropar el efecto de realidad del mecanismo de elección, es necesario construir un espacio que proporcione elementos al consumidor para la construcción de esa misma elección.
Y en ese espacio se muestra el producto en todo su esplendor pero también es calificado, recurriendo a mecanismos de otros tiempos en los que todavía podían producirse originales porque el mercado no dominaba completamente todas las actividades artísticas.
Y dentro de ese espacio no todas las elecciones tienen que ser buenas. Debe existir el criterio que marca la línea entre lo que está bien y está mal, un criterio que define el marco asociado a cada uno de esos productos.
Y dentro de ese marco, productos como "Dioses de Egipto" lo tienen muy complicado por su extravagancia.
La necesidad de encontrar un chivo expiatorio sobre cuyo cuerpo ejecutar la ceremonia que inaugura la fantasmagoría del eje de la calidad suele cobijarse en todo aquello que se aleja de la media artimética que define el producto.
"Dioses de Egipto" se aleja bastante de la media con su propuesta de contar la mitología egipcia trufada con algunos aspectos de la hipótesis de los alienigenas ancestrales, pero honestamente no me siento capaz de decir si es mejor o peor que cualquier otro blockbuster basado en el músculo de los efectos especiales.
Y no me siento capaz de de decirlo porque en realidad no es mejor ni peor, sino una prolongación de la misma película, del mismo producto.
Ni mejor ni peor que la que estrenarán la semana que viene y que sucederá en una galaxia muy lejana.
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