Definitivamente, la gran política parece haber muerto.
Y por gran política me refiero al encuentro entre diferentes puntos de vista sobre lo estratégico. Parece que no haya lugar para las maneras distintas de concebir la sociedad en que vivimos enfrentándose de manera irreconciliable.
La caída del telón de acero y el posterior consenso neoliberal resumido de manera metonímica en el final de la historia han dejado lugar a un pensamiento estructural-funcionalista dedicado a la consagración de un eterno presente encarnado por una máquina de funcionamiento perpetuo que es el sistema capitalista.
No se plantean discrepancias en lo esencial.
Se presume un acuerdo tácito de todos los actores en la teoria que perfila la funcionalidad de esa máquina que, por nuestro bien y el de todos, no debe detenerse.
Por ello, el acuerdo siempre es posible.
Empeñarse en la discrepancia es un acto injustificado, casi terrorismo intelectual que sólo busca poner palos en las ruedas de esta fiesta perpetua de consumo en que nos ha convertido el capitalismo.
Es por ello que, en nuestro país, un partido como Ciudadanos parece dispuesto a estar de acuerdo con unos y con otros. Porque no hay nada más importante que la máquina siga funcionando en todo su esplendor.
Sin embargo, el propio funcionamiento excesivo, triunfal y descontrolado de esa máquina está produciendo zonas donde impera la diferencia más radical, donde sólo es posible el desacuerdo en lo esencial.
En los extremos de esas zonas están las personas que saltan por las ventanas de sus pisos embargados o menores que buscan componentes en playas alicatadas hasta el techo de basura.
Pura entropía que compromete el relato de la fiesta perpetua que, de manera tácita, conmina siempre al acuerdo en lo esencial, a una nueva variante de esa fascista adhesión inquebrantable a los principios del régimen.
En este sentido, y en nuestro país, el funcionamiento de esa maquinaria que se pretende infalible y divina ha generado una minoría social que no está conforme con el acuerdo por el acuerdo. Entre otras cosas porque ya sabe que esos acuerdos pueden matarla.
Y este desacuerdo tan denostado por las terminales mediáticas del régimen quizá no sea tan malo, seguramente sea lo más autentico que en términos políticos está viviendo este país desde las calles de la transición.
La manifestación de la existencia de visiones diferentes e irreconciliables sobre el estado de las cosas.
La imposibilidad del acuerdo por el acuerdo porque empieza a ser demasiado grave lo que está en juego y cuando escribo grave en realidad debería escribir vidas humanas que se niegan a inmolarse porque sí ante esa picadora de carne en que hemos convertido nuestras sociedades.
Miles de años de evolución para construirnos, con las selvas de verdad, otra selva no menos verdadera, pero de cemento y bites.
El capitalismo convertido en un absurdo de Ionesco y la necesidad, casi higiénica, del desacuerdo para combatirlo.
Y una de las perversiones del capitalismo es convertir lo correcto y necesario como el derecho a la discrepancia en incorrecto.
Y todo a cambio del confort que proporcionan las cosas que nos da por no tan módicos precios, un confort al que todos nos acabamos vendiendo en el presentey que nos va a acabar costando muy caro en el futuro.
El desacuerdo es un elemento esencial en democracia.
Y está claro que quienes lo condenan sin paliativos estarían más cómodos formando parte de otros regímenes políticos menos "cool" por supuesto y también menos "perfectos" que esta democracia que se nos sugiere en el que la mayoría social, cuando se le pregunta, parece estar obligada a pronunciarse por la respuesta correcta, la que viene bien a la máquina.
Y por gran política me refiero al encuentro entre diferentes puntos de vista sobre lo estratégico. Parece que no haya lugar para las maneras distintas de concebir la sociedad en que vivimos enfrentándose de manera irreconciliable.
La caída del telón de acero y el posterior consenso neoliberal resumido de manera metonímica en el final de la historia han dejado lugar a un pensamiento estructural-funcionalista dedicado a la consagración de un eterno presente encarnado por una máquina de funcionamiento perpetuo que es el sistema capitalista.
No se plantean discrepancias en lo esencial.
Se presume un acuerdo tácito de todos los actores en la teoria que perfila la funcionalidad de esa máquina que, por nuestro bien y el de todos, no debe detenerse.
Por ello, el acuerdo siempre es posible.
Empeñarse en la discrepancia es un acto injustificado, casi terrorismo intelectual que sólo busca poner palos en las ruedas de esta fiesta perpetua de consumo en que nos ha convertido el capitalismo.
Es por ello que, en nuestro país, un partido como Ciudadanos parece dispuesto a estar de acuerdo con unos y con otros. Porque no hay nada más importante que la máquina siga funcionando en todo su esplendor.
Sin embargo, el propio funcionamiento excesivo, triunfal y descontrolado de esa máquina está produciendo zonas donde impera la diferencia más radical, donde sólo es posible el desacuerdo en lo esencial.
En los extremos de esas zonas están las personas que saltan por las ventanas de sus pisos embargados o menores que buscan componentes en playas alicatadas hasta el techo de basura.
Pura entropía que compromete el relato de la fiesta perpetua que, de manera tácita, conmina siempre al acuerdo en lo esencial, a una nueva variante de esa fascista adhesión inquebrantable a los principios del régimen.
En este sentido, y en nuestro país, el funcionamiento de esa maquinaria que se pretende infalible y divina ha generado una minoría social que no está conforme con el acuerdo por el acuerdo. Entre otras cosas porque ya sabe que esos acuerdos pueden matarla.
Y este desacuerdo tan denostado por las terminales mediáticas del régimen quizá no sea tan malo, seguramente sea lo más autentico que en términos políticos está viviendo este país desde las calles de la transición.
La manifestación de la existencia de visiones diferentes e irreconciliables sobre el estado de las cosas.
La imposibilidad del acuerdo por el acuerdo porque empieza a ser demasiado grave lo que está en juego y cuando escribo grave en realidad debería escribir vidas humanas que se niegan a inmolarse porque sí ante esa picadora de carne en que hemos convertido nuestras sociedades.
Miles de años de evolución para construirnos, con las selvas de verdad, otra selva no menos verdadera, pero de cemento y bites.
El capitalismo convertido en un absurdo de Ionesco y la necesidad, casi higiénica, del desacuerdo para combatirlo.
Y una de las perversiones del capitalismo es convertir lo correcto y necesario como el derecho a la discrepancia en incorrecto.
Y todo a cambio del confort que proporcionan las cosas que nos da por no tan módicos precios, un confort al que todos nos acabamos vendiendo en el presentey que nos va a acabar costando muy caro en el futuro.
El desacuerdo es un elemento esencial en democracia.
Y está claro que quienes lo condenan sin paliativos estarían más cómodos formando parte de otros regímenes políticos menos "cool" por supuesto y también menos "perfectos" que esta democracia que se nos sugiere en el que la mayoría social, cuando se le pregunta, parece estar obligada a pronunciarse por la respuesta correcta, la que viene bien a la máquina.
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