Perezosamente anclada en los viejos discursos de siempre, la políica "mainstream", la responsable y constructiva, la formal, tampoco es que haya hecho demasiado por impedir la ocurrencia de esos eventos que, como el Brexit o la victoria de Trump, van en contra de esa agenda cuyos propósitos de dominación ya se confunden sin ambages con lo correcto,
Confiada en que hay cosas que no serán votadas porque sencillamente son pecado se ha limitado a subir a los púlpitos y recitar su parte y ahora, en la derrota, se limita a ser ese que no es traidor y que avisa de catástrofes futuras, como si la política ya fuese una fuerza de la naturaleza como los terremotos y los huracanas para cuyos azotes hay que prepararse y no una obra humana y como tal resultado de la humana voluntad.
Aceptando el principal argumento de la radical imposibilidad de su puesta en obra, no se entiende que los discursos populistas tienen algo bueno y eso que es bueno es algo tan esencial como ofrecer esperanza.
Frente a los políticos que se encogen de hombros y se limitan a argumentar que nada se puede en contra de la realidad, los discursos populistas ofrecen la esperanza de poder.
Y esta esperanza conecta con el deseo de la mayorías de no resignarse a hacer lo que se les manda y estar responsablemente jodidas.
El plenipotenciario yo de la sociedad de consumo, el que todo lo puede desear y conseguir si con la suficiente fuerza lo desea, de pronto se encuentra sometido a un ámbito restringido donde no todo es posible.
En política no se puede desear cualquier cosa, pero, y sin embargo, los discursos populistas les ofrecen esa cualquier cosa y a ella se entregan, porque así están siendo educados y socializados.
Los discursos populistas son discursos del deseo y frente a ellos poco se puede hacer porque es consustancial a nuestro capitalismo de consumo la ausencia de responsabilidad frente al propio deseo.
Y por supuesto, tampoco se hace pedagogía al respecto.
No se enseña la necesidad de responsabilidad porque, y ante personas verdaderamente responsables para con ellos mismos, el futuro y el planeta, este sistema del que emana la política no sería posible.
Es el ardor del deseo el que nos gobierna.
Y hay una relación directa entre la esperanza y ese deseo.
Y a través de esa esperanza debería regresar la verdadera política, la que tiene que ver con la estructuración de esa esperanza, la que nos lleva a preguntarnos por qué hay personas que piensan que cosas hechas por el hombre no pueden ser cambiadas, transformadas.
Pero aun no hemos llegado ahí.
Todavía nos debatimos entre populistas y formales, pero ese ardor del deseo está ahí, intacto en aquellos que no se resignan a ocupar el papel de responsablemente perjudicados dentro de una realidad hecha a medida de otros que son beneficiados, que es su propiedad y como tal es una marca registrada.
Pura dialéctica, pura historia todavía en movimiento.
Por eso la mayoría vota soluciones que según el pensamiento responsable y formal les perjudica.
Porque en el fondo no se conforman, porque verdaderamente quieren algo mejor y si no pueden conseguirlo saliendo por la puerta, están dispuestos a conseguirlo saltando por la ventana.
Es el ardor.
Confiada en que hay cosas que no serán votadas porque sencillamente son pecado se ha limitado a subir a los púlpitos y recitar su parte y ahora, en la derrota, se limita a ser ese que no es traidor y que avisa de catástrofes futuras, como si la política ya fuese una fuerza de la naturaleza como los terremotos y los huracanas para cuyos azotes hay que prepararse y no una obra humana y como tal resultado de la humana voluntad.
Aceptando el principal argumento de la radical imposibilidad de su puesta en obra, no se entiende que los discursos populistas tienen algo bueno y eso que es bueno es algo tan esencial como ofrecer esperanza.
Frente a los políticos que se encogen de hombros y se limitan a argumentar que nada se puede en contra de la realidad, los discursos populistas ofrecen la esperanza de poder.
Y esta esperanza conecta con el deseo de la mayorías de no resignarse a hacer lo que se les manda y estar responsablemente jodidas.
El plenipotenciario yo de la sociedad de consumo, el que todo lo puede desear y conseguir si con la suficiente fuerza lo desea, de pronto se encuentra sometido a un ámbito restringido donde no todo es posible.
En política no se puede desear cualquier cosa, pero, y sin embargo, los discursos populistas les ofrecen esa cualquier cosa y a ella se entregan, porque así están siendo educados y socializados.
Los discursos populistas son discursos del deseo y frente a ellos poco se puede hacer porque es consustancial a nuestro capitalismo de consumo la ausencia de responsabilidad frente al propio deseo.
Y por supuesto, tampoco se hace pedagogía al respecto.
No se enseña la necesidad de responsabilidad porque, y ante personas verdaderamente responsables para con ellos mismos, el futuro y el planeta, este sistema del que emana la política no sería posible.
Es el ardor del deseo el que nos gobierna.
Y hay una relación directa entre la esperanza y ese deseo.
Y a través de esa esperanza debería regresar la verdadera política, la que tiene que ver con la estructuración de esa esperanza, la que nos lleva a preguntarnos por qué hay personas que piensan que cosas hechas por el hombre no pueden ser cambiadas, transformadas.
Pero aun no hemos llegado ahí.
Todavía nos debatimos entre populistas y formales, pero ese ardor del deseo está ahí, intacto en aquellos que no se resignan a ocupar el papel de responsablemente perjudicados dentro de una realidad hecha a medida de otros que son beneficiados, que es su propiedad y como tal es una marca registrada.
Pura dialéctica, pura historia todavía en movimiento.
Por eso la mayoría vota soluciones que según el pensamiento responsable y formal les perjudica.
Porque en el fondo no se conforman, porque verdaderamente quieren algo mejor y si no pueden conseguirlo saliendo por la puerta, están dispuestos a conseguirlo saltando por la ventana.
Es el ardor.
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