Una de las grandes ideas que se desprenden de la lectura del libro de Thomas Piketty, "El Capital en el siglo XXI", es que, y dicho en pocas palabras, nuestro mundo está regresando a situaciones de desigualdad del mundo anterior a la I Guerra Mundial.
Toda la renta acumulada por las clases medias y bajas está regresando a las clases altas para generar estructuras sociales en las que el 1% de la población posee el 95% de la riqueza.
Esto ya sucedía en lo que veníamos llamando los países del Tercer Mundo (si es que alguna vez dejó de suceder), pero lo relevante es que este proceso está empezando a afectar a los países del primer mundo.
Porque, si algo propone (y dispone) el neoliberalismo, atacando las estructuras de bienestar construidas durante buena parte del siglo XX, es un proceso de tercermundialización en el que cada uno es responsable de su destino y nadie que se encuentre en situación de ser protegido esté en condiciones de reales de serlo.
En definitiva, un mundo dickensiano del que son buen ejemplo estos restaurantes de estrellas Michelin en los que sólo falta pagar por trabajar y no tanto por el hecho de que sus cocineros sean propietarios y administradores de un saber por el que otros deban la contraprestación de su tiempo de trabajo no remunerado, sino por el otro hecho no menos cierto de que la viabilidad de esos negocios dependan precisamente de ese trabajo.
No creo que a nadie le parezca mal que un maestro reciba a cambio de su saber la contraprestación de un trabajo por parte del aprendiz, el problema es que sobre la base de esa promesa el maestro monte un negocio elitista, con precios exageradamente elevados y que le permita vivir muy bien de ello.
Ese es el matiz que estos chefs en su depravación, llamemoslo por su nombre, no perciben.
El saber convertido en instrumento de abuso.
Como dice uno de los personajes de Jean Luc Godard en su película "Film Socialisme" de 2010: "Siempre han habido miserables. Lo diferente de estos tiempos es que los miserables no tienen vergüenza de serlo".
Se nos muestran tal y como son.
Una de las principales consecuencias de ese utópico hombre neoliberal que es empresario de sí mismo es que la explotación que antes era estrictamente económica se convierte en una manera general de relacionarnos y relacionarse.
El otro convertido en un objeto entendido unicamente desde el punto de vista del beneficio que nos proporciona y por lo tanto explotable de forma natural.
Visto así el negocio hostelero de alto nivel se convierte en un agente precursor que nos muestra el mundo que se desea, el mundo que nos espera si es que no somos lo suficientemente humanos como para no hacer nada para evitarlo.
El Gulag líquido.
Toda la renta acumulada por las clases medias y bajas está regresando a las clases altas para generar estructuras sociales en las que el 1% de la población posee el 95% de la riqueza.
Esto ya sucedía en lo que veníamos llamando los países del Tercer Mundo (si es que alguna vez dejó de suceder), pero lo relevante es que este proceso está empezando a afectar a los países del primer mundo.
Porque, si algo propone (y dispone) el neoliberalismo, atacando las estructuras de bienestar construidas durante buena parte del siglo XX, es un proceso de tercermundialización en el que cada uno es responsable de su destino y nadie que se encuentre en situación de ser protegido esté en condiciones de reales de serlo.
En definitiva, un mundo dickensiano del que son buen ejemplo estos restaurantes de estrellas Michelin en los que sólo falta pagar por trabajar y no tanto por el hecho de que sus cocineros sean propietarios y administradores de un saber por el que otros deban la contraprestación de su tiempo de trabajo no remunerado, sino por el otro hecho no menos cierto de que la viabilidad de esos negocios dependan precisamente de ese trabajo.
No creo que a nadie le parezca mal que un maestro reciba a cambio de su saber la contraprestación de un trabajo por parte del aprendiz, el problema es que sobre la base de esa promesa el maestro monte un negocio elitista, con precios exageradamente elevados y que le permita vivir muy bien de ello.
Ese es el matiz que estos chefs en su depravación, llamemoslo por su nombre, no perciben.
El saber convertido en instrumento de abuso.
Como dice uno de los personajes de Jean Luc Godard en su película "Film Socialisme" de 2010: "Siempre han habido miserables. Lo diferente de estos tiempos es que los miserables no tienen vergüenza de serlo".
Se nos muestran tal y como son.
Una de las principales consecuencias de ese utópico hombre neoliberal que es empresario de sí mismo es que la explotación que antes era estrictamente económica se convierte en una manera general de relacionarnos y relacionarse.
El otro convertido en un objeto entendido unicamente desde el punto de vista del beneficio que nos proporciona y por lo tanto explotable de forma natural.
Visto así el negocio hostelero de alto nivel se convierte en un agente precursor que nos muestra el mundo que se desea, el mundo que nos espera si es que no somos lo suficientemente humanos como para no hacer nada para evitarlo.
El Gulag líquido.
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